5 de noviembre de 2007

Juba o cómo inventar un país

Para inventar un país la receta es bien simple: tómese un terreno baldío en el mapa, baldío no porque no pertenezca a nadie sino porque este un poco marginado, haga un aeropuerto, una base militar, un campamento de las Naciones Unidas, disperse carros 4x4 de ONG a diestra y siniestra y llene las calles de gente… y de basura. ¡Y ya esta! Juba cumple todos esos requisitos. Pueblito apacible y dormido de la época colonial británica, con calles bien trazadas y lindas construcciones -al decir de aquellos que la vieron en esos tiempos- Juba fue, como muchas otras ciudades de Sudan, ocupada, saqueada, demolida y destruida durante la guerra, dejando tan solo un montón de escombros arrumados al margen izquierdo del Nilo, ciento ochenta kilómetros después de hacer su ingreso a Sudan, desde Uganda. Pero ahora, que es la reciente capital de este nuevo país que acaba de ser inventado y cuyo nombre es solo un punto cardinal, Sur Sudan, Juba se ha trasformado en una vibrante ciudad que refleja todas las dimensiones de ese mundo que esta construyendo la ayuda internacional, imagino, para el bien de la humanidad. Juba tiene ahora unos no se, 100 mil o 200 mil habitantes, aunque siguen llegando más, atraídos por el hecho de que es la única ciudad, en el sur de Sudan y, por supuesto el único lugar que se beneficia plenamente del maná que trae el desarrollo. Y sí, Juba tiene un enorme aeropuerto, una enorme base militar, un enorme campamento de NNUU, una enorme cantidad de agencias de cooperación internacional, una enorme cantidad de 4x4 hechos pedazos, de motos, de gente caminando, de niños corriendo por la calle, de cabras sueltas en la avenida principal y, eso sí, un montón, pero un montón, montón… de basura. Todo eso, envuelto en una nube de tierra, siempre en el aire, ya que no hay una sola calle pavimentada. Desde que llegue aquí tengo grabada en la mente la palabra “jubra” en vez de Juba, que significa “basura” en Macedonio. Si, el nombre de esta ciudad debería ser “Jubra”.
Llegamos al aeropuerto, a ese inmenso aeropuerto, nosotros en nuestra pequeña avioneta. Caminamos por la loza entre los aviones grandes para presentarnos a inmigración. Ahí casi no nos miraron, pero el señor de la aduana, ese sí que me miró. No solo me miró, sino que me registro hasta la carterita de mis CDs y el contenido de mis libros. Según mi colega, los aduaneros eran del norte y querían ver si el gringuito traía material subversivo (!) Si, tal vez para convencer a los negritos del sur, ¿que son tan seres humanos como los del norte? Bueno, subimos a la camioneta del proyecto y comenzamos a rodar por esa súper carretera de tierra, pero que pronto van a asfaltar, según dijo el chofer. Ahí comenzamos el tour. Y si, porque todo el mundo aquí se siente en la obligación de decirte lo esta por hacerse en cada calle que pasamos: “aquí se va a hacer el ministerio de salud”; más allá el de educación, y los archivos nacionales y todo lo demás. Claro que lo único que se ve son andamios, pilas de ladrillos, paneles de prefabricados, y polvo, eso si, mucho polvo por todos lados. De todo eso lo único que ya esta construido son el palacio presidencial y el edificio del congreso nacional, de un país que no tiene nombre aún. Pero, no se vayan a hacer una idea nefasta de este lugar; no todo esta en construcción, no. En realidad el chofer tiene tres discursos: el de “aquí se va a construir”, el de “esta calle se va a pavimentar próximamente” y, uno último y el más positivo que es “y aquí es el campamento de…”. Sí, porque tenemos el campamento de las NNUU, el de la UNICEF, el de la USAID, el de los Italianos, el de los Británicos, el de la GTZ y el de todos los demás. Todos iguales, murallas altísimas, lámparas halógenas y alambre de púas… como protegiendo estas democracias liberadoras que vienen a ayudar al país, al país que aún no tiene nombre pero que todos los días sigue inventándose un poquito más... Nosotros también tenemos un campamento, igual a los otros; eso lo descubrí al llegar. La misma puerta de metal, las mismas murallas, las mismas lámparas halógenas y los guardias de seguridad. Así que, ahí conocí lo que es la vida en esta ciudad. De hecho, son entidades autónomas: tenemos vivienda, comida, televisión y, sobretodo, oficinas donde poder trabajar y trabajar todo el día. Esto es una mezcla entre un convento y un “sweat shop” de esas en Manchester, de comienzos del siglo XIX! Es el modelo más increíble de explotación humana concebido para “trabajar por el bien de la humanidad”. La gente trabaja de domingo a domingo, de sol a sol, porque allá afuera “no hay donde ir, no hay nada que hacer”. Todo lo que pasa allá afuera pertenece a un mundo, al que sí ayudamos, pero no nos metemos con el. Y como yo, como todos lo saben, mi apellido “contreras”, lo primero que hice fue pedirle al chofer que me llevará a dar una vuelta: eran las 6 de la tarde de un viernes, hora pico en la ciudad. En Juba no hay horas pico, son horas pico y pala ya que nunca para la construcción. También son horas polvo y muchedumbre, con un tráfico que se mueve a 20Km por hora, no por prudencia sino porque las calles no son tal; son pistas de motocross, son gallineros, son mercados bullentes de gente comprando y vendiendo cositas de a 5 y 10. Y si, el paquetito de galletas, los tabaquitos por unidad, el cuarto de aceite, todo en economía de subdesarrollo, por unidad o en pequeña cantidad. Pero sí, las calles atestadas de gente que camina entre los carros, de motos que, esas sí, andan a toda velocidad levantando cortinas de tierra, de cabritos y de chanchos que circulan libremente por la ciudad. Es como si estuviéramos en el corazón de África… ¿Será que es ahí donde estamos? El chofer y mi colega me llevaron a ver la ciudad. Así que visitamos la casa del presidente, rodeada de murallas, guardias y alambre de púas; el edificio del congreso, rodeado de murallas, guardias y alambre de púas, el campamento de varias ONGs, rodeados de murallas, guardias y alambres de púas y, finalmente, un club, algo así como el country club local, rodeado de murallas, guardias y también, alambres de púas. Mientras tanto afuera la calles bullían de gente caminando, sentadas en sillas plásticas o comprando de a cinco y de a diez. ¿Será que algún día esos mundos se van a juntar o van a seguir creciendo separadamente hasta lograr construir una sociedad moderna y como deber ser, o sea separada por barrios y clases? Vamos bien entonces… Pasamos por la calle comercial (difícil saber la diferencia con las otras), y por la del mercado (difícil saber que era diferente de la comercial) y por la calle donde esta la iglesia anglicana, rodeada por puestos de venta, y por la mezquita, rodeada de gente tapada de pies a cabeza. Y también estuvimos metidos en un trancón de tráfico, difícil de diferenciar del tráfico normal, y en el accidente de un carro bomba, en realidad el carro bomba recién recibido, que por ir rápido a apagar un incendio, en esas calles de tierra resbaló y fue a dar contra un poste dejando a todo un barrio sin electricidad. Y sí, porque Juba es una ciudad vibrante, vibrante por el temblar de los altoparlantes de los que sale esa música africana, tan alegre, tan tropical… Es una ciudad viva, desarrollada por gente muerta. Muerta de aburrimiento en sus campamentos, muerta de corazón, muerta de miedo de salir afuera, muerta de alma… Hasta que llegamos a la zona turística y ahí la cosa cambio. La zona turística es donde están los hoteles de lujo y los restaurantes elegantes, obviamente a la orilla izquierda del Nilo Blanco, recién llegado de Uganda. Ahí uno se encuentra con los letreros delante de portones abiertos que te invitan a pasar al hotel Copacabana, al Palacio Royal, al Taj Mahal. Nosotros entramos al Da Vinci porque es el que aparentemente tiene el restaurante más elegante. Entras al hotel y lo primero que encuentra uno es una hilera de “suites”. Una vez más, las mismas carpas del hotel de Locki, por los mismos U$S150 diarios, claro que incluyendo el desayuno. La comida es aparte… y cara: U$S 30 la pizza y 10 el jugo, claro que sí, natural… de piña o de mango porque no hay más. El restaurante, como en el otro hotel, es una muy linda pérgola, elegantemente decorada, reposando sobre la orilla del Nilo, con un pontoncito con mesas, velitas y una barquita donde te llevan a pasear, seguramente, por un platal… Todo aquí es caro. Después de todo es solo para gente internacional o para altos funcionarios de gobierno, a pesar de que ahora dicen que hay un grupo de gente local haciéndose una millonada con los contratos de construcción. También me enteré que todos estos hoteles son de una sola compañía, AFRA o algo así, un gringuito que de hippie paso a empresario gracias al desarrollo. ¿No ven que si hay impacto social? Que lindo ratito pasamos ahí, sentados en el portón, con el Nilo corriendo bajo nuestros pies, las garzas sobrevolando y los sonidos de peces saltando fuera del agua, aunque luego nos dimos cuenta que también eran bolsas plásticas, seguramente con basura, que la gente, más allá de los limites del hotel arrojaban al Nilo Blanco… Pagamos con gusto los U$S10 por cada uno de nuestros jugos de piña (el de mango se había acabado) y salimos para regresar a la seguridad del campamento. Después de todo, ya eran las 8 de la noche y todo bañaba en oscuridad. Pero antes de llegar hubo una ultima parada: el club restaurante “Home and Away” el sitio más “in” de toda ciudad. Luego de hacer cola detrás de los 4x4 más elegantes de Juba, de donde bajaban una negras estupendamente arregladas y unos hombres cargados de oro, logramos parquear, también en un parqueadero de tierra. Caminamos al restaurante. Pero al entrar fue como si de repente hubieses cruzado el umbral de la dimensión desconocida: un metre de smoking y guantes, seguido de mozos impecablemente vestidos de blanco te llevan a la mesa a donde te muestran un menú de platos exquisitos y exóticos. Claro, después nos enteramos que la administradora es filipina. No cenamos, lástima, pero teníamos que volver al “compound”. Así es Juba, o “jubra”, la capital del sur de Sudan. Me hizo pensar en las granjas de champiñones en Francia: en esas granjas los champiñones son cultivados sobre estiércol animal, o sea sobre mierda, porque así salen más grandes y más lindos. Esta ciudad es igual, me imagino que de toda esta mierda, algo bello saldrá, en unos cuando años, cuando se hayan pavimentado las calles, cuando se hayan terminado de construir los ministerios, cuando tengan hoteles de verdad…y cuando se haya ido la comunidad internacional. Claro, eso si, si no viene otra guerra y lo manda todo al carajo una vez más.
Juba, Sudán,
Martes 29 de Octubre, 2007