13 de enero de 2008

Por la puerta de Sudán: Ámsterdam

Llegamos a Amsterdam en el mismo vuelo que unos meses atrás me trajo a Khartoum, junto con unos 15 bebés y niños etíopes. En efecto, este vuelo sale de Ámsterdam, hace escala en Khartoum y sigue hacia Addis Abeba para, de ahí, regresar directo a Ámsterdam. Es un vuelo nocturno. Esta vez, en Addis, se subieron varias parejas de holandeses jóvenes con bebés y niños etíopes en brazos, que los llevaban de regreso a Holanda luego de haberlos adoptado, seguramente, después de un largo y engorroso trámite, muy propio de los países de este lado del mundo. Ese fue mi primer contacto con Holanda y su gente. En Amsterdam las calles huelen a marihuana y encuentras un restaurante argentino casi en cada esquina. No hay restaurantes mexicanos, ni chinos, ni árabes como en otros lados. De hecho no vimos ni uno solo mexicano, sólo unos cuantos chinos, en el barrio chino y un solo restaurante árabe, aunque estoy seguro que debe haber más en algún lugar. Es una ciudad encantadora, aunque fría de temperatura, por lo menos en esta época del año. Esta llena de gente de otros lados del planeta, dicen que hay representadas 170 nacionalidades y es la segunda ciudad del planeta por su diversidad; la tercera es Nueva York. La gente en su gran mayoría, por no decir todos, es simpática, sonriente y de buen humor. ¿Será que todo el mundo anda volado (trabado)? Lo primero que se siente en este lugar es su alma… No sé si será porque nos impresionó particularmente ese bello gesto de humanidad de la gente de ir a adoptar niños en Etiopia (muchos de ellos viajaban incluso con sus propios hijos en el avión), pero nos quedamos con la sensación de que hay un alma muy linda en este lugar, que se trasluce en la energía que emana la ciudad. Todo se vive sin drama, con una actitud relajada y yo diría que hasta alegre. La gente en las tiendas tiene tiempo para conversar de manera agradable y ligera. Hay sentido del humor y no se “quejan” del clima, no se “quejan” de los precios (bien caritos por cierto para unos pobres cristianos dolarizados como nosotros), no se quejan, punto. Y yo me preguntaba ¿Por qué habrá tanto argentino por aquí? ¿Será que habrán venido a aprender a no quejarse tanto y de todo? Es un lugar llenos de cosas insólitas: hay una tienda que vende adornos de navidad todo el año, porque “todos los días son navidad”, y otra donde venden flores, bulbos de tulipanes y sobrecitos de semillas de cannabis, todos con etiquetas que dicen “producto holandés de gran calidad”. En la misma calle conviven casas de habitación, sex-shops, coffee shops y las famosas vitrinitas con las muchachas adentro, en principio, tratando de atraer clientes para practicar el “deporte más antiguo” pero, en realidad, conversando animadamente entre ellas, seguramente de problemas cotidianos. Y nada se pelea con nada. Todo convive de manera, no sé si armónica, pero sin que se evidencie una diferencia. En una ocasión, de hecho, pensábamos que estábamos caminando por un barrio residencial cuando nos topamos de manos a boca con las vitrinitas y los sex-shops. Afuera, la calle seguía oliendo a marihuana y, sin embargo, la gente transitaba tan tranquila. Conversando con una amiga en Paris me contó que el Alcalde de Ámsterdam había propuesto una serie de medidas para sacar los sex-shops y toda la actividad relacionada del centro de la ciudad y, en su lugar, poner tiendas de lujo, pero que la gente “se alzó en armas”, oponiéndose a tal atrocidad porque le quitaría su sabor a la ciudad. ¿Será ese el sabor de lo insólito? Y sí, Amsterdam es una ciudad, una verdadera ciudad, o sea con ciudadanos, con gente que no solo vive y ocupa espacio y servicios, sino que tiene una identidad: Amsterdam está integralmente hecha por la gente que vive en ella. Y eso lo entendimos claramente al visitar el museo de la ciudad. ¿Qué hay en el museo? Ni más ni menos que la historia cotidiana de Amsterdam desde el momento mismo de su creación. No son sólo “los hechos históricos importantes” –que también están representados- sino las cosas cotidianas a través del tiempo: cómo era esa casa que aún hoy existe en una esquina cualquiera... a la que se puede ver, por fuera y por dentro, en el año 1.300 y en el 1.500 y en el 1.900 y ahora, en el 2007. No es un museo donde hay “gente famosa” sino gente como la que se ve pasar todos los días por la calle. Uno se topa en una de las salas con la recreación de un bar y, en otra, con fotos de gente andando en bicicleta en el 1.900, en los años 30, 40, 50 y ahora en el siglo XXI; fotos de un coffeee shop, de un sex-shop y, por supuesto, de las vitrinas con las señoritas aburridas esperando que pase algún cliente para un sexo rápido… y me imagino que caro... Ámsterdam es la ciudad de las bicicletas; hay miles y miles de ella, por todos lados. Pocos carros circulan por sus calzadas, casi todo se hace en transporte público y en bicicleta, a pesar de los varios grados bajo cero que no parecen espantar a nadie, ¡ni siquiera a las muchachas en minifalda...! Hay carriles especiales para bicicletas y parqueos especiales para bicicletas. Hay turistas atropellados por bicicletas (la falta de costumbre de convivir con ellas) y semáforos especiales para ellas. Toda la ciudad esta concebida para andar en bicicleta. Hay pocos autos y, por consiguiente, pocos parqueos para autos. En realidad no vimos ni un solo parqueo público, ni lote, ni edificio. Es muy posible que la gente deje sus carros afuera del centro y entre en transporte público, unos tranvías limpios, silenciosos, sin música estridente, ni chofer malhumorado. Además de no haber muchos parqueos para carros, al parecer también parquear es peligroso porque uno tiene que hacerlo a los costados de los canales y nos contaban que hasta hace poco, en promedio, se caía un carro al agua por día. Ahora han puesto unas pequeñas barandas para detener los autos; y ¡claro!, con casi 2.000 bares y night clubes en el centro, es entendible que hubiera tanto “accidente” especialmente de noche. Sin embargo, y a pesar de todo, esta ciudad se está despoblando. Tiene en la actualidad casi 100 mil personas menos que hace 30 años. ¿Por que? Bueno, por muchas razones, pero una de ellas es sin duda que es una ciudad sumamente cara y difícil para vivir en ella. Para poder conseguir un departamento en la ciudad hay que inscribirse en una lista y el tiempo promedio de espera es aproximadamente ocho años! Y ¿los precios? ¡Casi medio millón de euros por un piso, y no muy grande…! O sea que se van los holandeses y llegan los jóvenes de todas partes del mundo, a vivir sus vidas de jóvenes; estudiando, trabajando en restaurantes, en bares, en hoteles; polacos, búlgaros, turcos y de todos esos países recientemente ingresados a la comunidad europea, o que quieren ingresar. Tal vez esta sea una nueva forma de división de clases; ricos globalizados y pobres ciudadanos de nuevos países comunitarios europeos… Pero todos hablando holandés e ingles. ¿Será esa la nueva sociedad mundial, globalizada y planetaria que está surgiendo? Tal vez… Pero si es como Amsterdam, la verdad es que no me parece tan mal. Si, todavía hay ricos y otros no tan ricos, pero a los ricos no se les ve, así que no molestan, y no son ostentosos, ni tienen sus barrios exclusivos y seguramente también fuman marihuana y caminan por entre los sex-shops y van a los cafés. En cambio, la vida cotidiana tiene una calidad que raramente se encuentra en otros lugares: es deliciosa. Y diferente; como en ese aviso que vimos en la televisión local. Era el típico aviso de comida para bebé: un padre que estaba en casa dándole de comer a su hijo mientras el otro llegaba y se maravillaba de que su bebé estuviera comiendo tan rico gracias a (y ahí venia la marca del producto). Sin embargo, lo curioso es que el que estaba en casa dando de comer al bebe era el padre y quien llegaba de la oficina…era la madre! La observación que nos hicimos cuando lo vimos fue: falta aún mucho tiempo para que en nuestros países se pueda hacer un comercial así.
Fotos de Amparo Ponce y Luis Rodriguez

Caras y vidas de Sudán

Decididamente Sudan no es un lugar exótico. Es un lugar como cualquier otro, con los mismos problemas, con la misma gente, con la misma vida que nos toca vivir. Solo cambia el idioma… He aquí algunos personajes y sus vidas. Mujeres de “pelea” Mano Blanca (que significa una mano que no tiene nada que esconder) y Wodam son dos organizaciones de mujeres que operan en Darfur. Si, ahí donde esta la guerra que tratan de resolver las ONG humanitarias, también hay grupos de mujeres que están dando otra batalla: la pelea por sus derechos. Linda gente, gente de pueblo, gente sencilla, muchas de ellas maestras, o sino agricultoras y activistas comunitarias. Luego de explicarme sus programas, en un caso sobre violencia domestica, prevención de Sida y educación cívica, y en el otra sobre microempresa, actividades artesanales, producción de alimentos envasados y empoderamiento de la mujer, comenzamos un dialogo simple y franco. Mi primera pregunta fue sobre violencia domestica. ¿Cómo se presenta esta, sobretodo en un lugar donde los hombres no se emborrachan? La respuesta fue sorprendente: “Aquí los hombre si se emborrachan”! Se hacen sus propios tragos, caseros, y con esto, de tanto en tanto, se emborrachan, llegan a casa y les pegan a sus mujeres (porque en general hay más de una). Claro que existe algo parecido a las “Comisarías de la Mujer” y, de tanto en tanto, se da el caso que una mujer denuncia al marido abusador y este es detenido. Situación que es mal vista por la familia de la mujer y del marido... La otra pregunta fue sobre como se podía hablar sobre los derechos de la mujer en una sociedad musulmana donde la mujer, de partida, no tiene ningún derecho. La respuesta fue aun mas sorprendente: “En el monte Ararat, el profeta dijo muy claramente que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre y eso esta claramente escrito en la “Biblia” (le dicen Biblia, en inglés, al Corán). Solo que los hombres, en una sociedad controlada por los hombres, han usado a la religión para justificar su poder sobre la mujer; y es precisamente por esos derechos que estamos luchando…” Que interesante podría ser un encuentro entre mujeres de nuestro mundo y estas otras mujeres, de un mundo aparentemente tan diferente y sin embargo tan similar.
Abubakr (le ganó a la tentación) Al verlo, es difícil pensar que el pueda ser un ingeniero. Y lo es. Trabaja en Kadugli y es de la región. Joven, alto, como muchos sudaneses, no tiene ni la “pinta” ni el “plante” de un ingeniero. Más bien parece un muchachito aplicado entrando a la universidad. Es de una familia de pastores. El divide su tiempo entre sus proyectos de ingeniería y el cuidado de su ganado, un centenar de cabezas que tiene que trasladar de tanto en tanto, de un pastizal a otro, situado a unas decenas de kilómetros de distancia. Me contaba que fue el único en la familia que estudio, básicamente, porque durante la guerra, debido a los bombardeos no se podía mover el ganado y, por tanto, no tenía nada que hacer. Sus padres, para evitar que tuviera la tentación en ese entonces de unirse a alguno de los bandos, como lo hicieron muchos, o porque fueron llevados a la fuerza o se aburrían sin nada que hacer, lo mandaron al colegio en la ciudad. Y así, de a poco, se fue haciendo una carrera y termino de ingeniero civil. Kadiya (porque aquí también hay refugiados) Etiope, refugiada de la guerra que hubo allá. Llego a este país caminando, junto con otros miles de etíopes que fueron acogidos en Sudan. Se dice que Sudan ha sido tradicionalmente un país de refugio, pero también donde se organizan y de donde han salido los grupos armados que finalmente han tomado el poder en los varios países que rodean a este inmenso territorio, que son como ocho. Vino con su marido y otra familia sin saber una palabra de árabe (en etiopia hablan Amharic y Tigre). Llegó a Khartoum, la gran ciudad, y poco después el marido la dejó bajo el pretexto que no le había podido dar hijos… y eso no puede ser. Trabaja haciendo limpieza en oficinas y apartamentos. Aprendió árabe e inglés sola y habla de los “locales” como cualquier emigrante o refugiado en el país al cual ha llegado: “Que la gente aquí no trabaja, que somos nosotros los que venimos a limpiarles sus mugres, que son racistas, que te explotan, etc.,” todo lo cual, en cierta medida, es cierto. Pero es cierto en todas partes. Y los sudaneses que dicen que los emigrantes viene a robarles, que traen costumbres ajenas a las buenas costumbres del Islam, y todas las otras cosas que ya sabemos, porque en nuestros países es igual. ¿Será que esto es parte de nuestra esencia como seres humanos? Selma (y su sueño de un país mejor) , Muktabi (Rap y Rolex)
Selma es una muchacha de unos 25 años, comunicadora social (si, porque aquí también los hay) que trabaja en mercadeo de artesanías en Nyala, Darfur. Trabaja con grupos de mujeres productoras y aprovecha que CHF, una de las agencias internacionales, se ha interesado en mercadear estos productos en Khartoum, para organizar la producción y montar puntos de venta en hoteles, el aeropuerto, etc. No quiere salir del país ni de su ciudad. Se interesa por el desarrollo de su comunidad, se viste de manera tradicional (básicamente porque aquí no se puede hacer otra cosa), pero en su casa y en la oficia gringa usa jeans. Piensa que la juventud es la esperanza de este país y que todo tiene que cambiar, porque la situación actual no da lugar a las ideas modernas que podrán hacer de Sudan un lugar mejor para todos. Muktabi, tiene un poco más de 27 y es un ingeniero de sistemas, también en Nyala. Vive en la casa de su familia “porque con esta situación no da para poder vivir solo”, situación que es muy poco frecuente por aquí. Tiene bastante trabajo arreglando sistemas de cómputo porque “aquí todo el mundo tiene computador”, pero no quiere salir de su pueblo, porque aquí tengo a mi familia, mis raíces, mi hogar. No piensa en casarse aun, porque se siente joven y no quiere cargas familiares. Le gusta el rap (si porque por aquí también rapean… en árabe), los anteojos de sol de marca y los Rolex, de los cuales tiene uno… made in China, pero de muy buena imitación. Fufu Es un sobrenombre, pero aún no he podido averiguar su nombre real. Todo el mundo lo conoce como Fufu. Es nuestro contratista para construcciones en la región de Kadugli, en el centro del país, ahí donde esta Abyei. Es un hombre sencillo -este es un país de gente sencilla- pero es el dueño de la gasolinera y tiene 700 hectáreas de tierra a una hora de la ciudad, que no cultiva “porque los árabes vienen con su ganado y sus camellos y se comen o destrozan toda la cosecha”. Además de eso esta construyendo algunos edificios en Khartoum y un gran depósito para una de las ONG internacionales, probablemente para almacenar alimentos. Fufu es un hombre con medios económicos. Dice que quisiera invertir en el desarrollo de su comunidad, Kadugli, pero que no lo hace porque no hay garantías que la guerra no comience nuevamente y para que arriesgar. Fufu representa un poco el drama de Sudan, el potencial empresariado local no recibe estímulos ni garantías y por lo tanto se dedica solo a acumular. Suena conocido, ¿No? Nagwa Nagwa trabaja con nosotros en El Fasher. Es una mujer ya mayor, con hijos grandes, pero que le gusta trabajar en algo que le permita hacer por su comunidad. Ella tiene a su cargo el desarrollo de los proyectos de la comunidad que luego vamos a financiar. No es particularmente comunicativa, lo cual me hace sospechar que mas que cumplir los objetivos de los gringos, ella estaba “atornillando al revés” y desarrollando proyectos que respondían a las necesidades de la comunidad. Y bueno, una buena equivocación. Salí al mercado con ella para enterarme que era la hija de un poderoso comerciante de la cuidad y por lo tanto, sumamente respetada y querida. Me abrieron las puertas en todos lados del mercado y no me dejaron pagar por nada de lo que quise comprar. Día a día en Sudan Cosas que veía todos los días y que me hacían pensar que de todas maneras este es un país especial. Letrero en una puerta del aeropuerto de Juba diciendo: “A la persona que se llevo por equivocación una maleta negra, puede devolverla llamando al teléfono xxxxxx. Será inmensamente agradecida.” En el mismo aeropuerto, una persona no tenia plata para pagar su impuesto de salida se acerca a otra persona y, luego de preguntarle si iba también a Kampala, le pidió prestados US$50 que dijo, se los devolvería al llegar a su destino. La persona no dudo ni un instante en darle el dinero. Los carros tienen patente o placas como se dice. Pero me enteré que son totalmente inventadas. Supe esto por un señor que esta tratando de montar un negocio, convenciendo al municipio de Juba, de establecer un registro único de placas de automotores y él las fabricaría. De esta manera los carros podrían ser identificados a través de sus placas. ...Y una historia de desarrollo:Abyei. Como lo he mencionado, estamos (USAID) instalando la electricidad en esa ciudad. Pero se presentaron algunos problemas. Primero, el generador que llevamos con tanto esfuerzo, fue instalado al revés; hubo que tomar 3 días más para colocarlo como es. Luego, cuando ya estuvo montado, el dueño del terreno donde estaba ubicado se dio cuenta de que “OH! Hay un generador en mi terreno!”. Así que, ahora, hay un litigio para negociar una compensación por esto. Y luego de haber instalado los postes del alumbrado público de donde se colgarían los cables, se dieron cuenta que estos no eran de madera tratada sino que simplemente palos de árbol recién cortados y que, en ese clima húmedo, no iban a durar mucho tiempo. Así que hay que remplazarlos por otros, tal vez de cemento, aunque no hay como hacerlos por ahí. De todas maneras no importa porque el cable no va a alcanzar (se calculó mal, muy poco) y además el generador hace mucho ruido para el barrio donde esta instalado y habrá que construir una muralla anti-sonido alrededor...que nadie sabe como ni con que se va a construir... Ese es el resultado de la mezcla de Sudan con desarrollo.

Sudán: tierra de encuentros, tierra de conflictos

Entre mas viajo por Sudán, más fascinante me parece este país, confluencia de culturas y continentes. Es el lugar donde África y el mundo “más al norte” se encuentran y se han encontrado desde siglos atrás.
Desde la época de los egipcios esta región, conocida como Nubia, fue un lugar de visita, de comercio y de colonización. Nubia dio dos faraones a Egipto y recibió la “visita” de Ramses II, quien construyó una ciudad en el norte, dedicada a la gloria de su nombre. La ciudad se llamó Ramses, por supuesto.
Luego vinieron los Griegos, después los Romanos, quienes dejaron, todos, algo. Que uno una ciudad, otro un puerto de comercio, alguno más uno que otro templo. Pero todos se llevaron también algo: marfil, oro, piedras preciosas, etc. Se dice que por aquí vivió la reina de Saba y que por aquí también quedaban las minas del rey Salomón, este último, honor que se pelean con sus vecinos etíopes. Otelo es Nubio y la opera Aída tiene relación con la guerra de conquista de Nubia por parte de los faraones egipcios. Posteriormente vinieron los árabes y más tarde los turcos, quienes curiosamente no dejaron gran presencia por aquí. Y esto por una razón: los árabes fueron considerados en estas tierras como los portadores de una refinada cultura y civilización. Sabemos que los árabes, entre otras cosas, venían para “cazar” negros y llevárselos como esclavos al norte. Lo que es menos sabido es que esto fue casi como una convivencia mutuamente aceptada: los grupos negros veían a sus amos árabes con buenos ojos porque se llevaban a su gente, pero les daban una vida decente, los cuidaban, los alimentaban, les daban educación y por último una posición. Crónicas del siglo XVIII y XIX escritas por sudaneses hablan de su gente siendo llevada a Egipto e integrada en el ejército Turco (y luego inglés), los famosos regimientos sudaneses, bien comidos, bien armados y que luego de su servicio se podían retirar con una pensión vitalicia, claro, si lograban sobrevivir tanto tiempo. Sudán siempre fue una tierra de encuentros y por lo tanto una tierra de conflictos. Los grupos negros y los árabes, pero también los grupos pastores y los agricultores, los de tierras desérticas del norte y los de las tierras tropicales del sur. Pero esos encuentros, y esos conflictos, siempre fueron modulados y limitados; de un pueblo venían al del lado y se robaban unas mujeres. Entonces los aparecían y se robaban ganado. Las batallas siempre terminaban cuando había un muerto y nada más. Y luego los perdedores se sentían en el derecho de venir y matar a uno de los ganadores. Y así coexistieron “pacíficamente” durante siglos de siglos. Claro, ahora, con el advenimiento de la ametralladora, todo cambio no se si para mejor. Por lo tanto, para conocer y entender Sudán hay que romper los esquemas que ofrece la televisión de que las guerras actuales no son entre negros y árabes. Todos son negros. Tampoco es entre los musulmanes del norte contra los cristianos del sur. Si bien en el norte hay una gran mayoría de musulmanes, en el sur la mayoría no es cristiana; es animista, musulmana y un 5% de cristianos. Y finalmente, las guerras o movimientos más o menos armados que se dan en todas las regiones del país, no son guerras entre diferentes tribus sino que son las regiones que tratan de una manera u otra de hacer oír su voz para que la gente de la capital les de un poco de bola y de recursos, de este país inmensamente rico pero, ahora, mal manejado.
Sí, porque en cada lugar, en cada ciudad que he visitado, siempre alguien se ha encargado de contarme como fue ese lugar hace 50 años, en la época de los ingleses. Estas ciudades eran bellamente construidas, ordenadas, casi elegantes, con sus jardines bien cuidados, sus calles pulcramente pavimentadas, la gente paseando por sus veredas, en fin, un lugar mucho más “civilizado” que lo que aparece ahora. Pero eso si, recalcan, no todo fue obra del colonizador inglés; no, Sudán era un país de gente refinada, culta y civilizada. Y aun se puede ver eso. Te hablan de los hombres vestidos con jellabas[1] y turbantes impecablemente blancos, y sus mujeres envueltas en paños de vivos colores de las universidades y las escuelas, donde venía mucha gente de África y medio oriente a recibir instrucción. Recuerdan que los taxis en Khartoun eran buenos carros, pintados de blanco con chóferes impecablemente vestidos con librea y guantes blancos y “que sí conocían las calles y sabían como ir adonde tu les indicaras.” Ese es el Sudán que quieren que uno sepa que existió.
Nagwa, mi colega en El Fasher, al pasar frente a una escuela me dice: “cuando yo fui a la escuela todo funcionaba e incluso teníamos un laboratorio de ciencias. Ahora no hay ni libros”. Y agrega: “cuando me recibí en la U éramos 11 los que se graduaron en mi promoción. Ahora son 700, ya no hablan inglés y el nivel profesional es mucho más bajo que antes… ¡Eso es lo que hemos conseguido en todo este tiempo de cambios!” ¿Y qué paso? Lo que paso fue una revolución “socialista” que echó a los comerciantes indios “como en Uganda”, dicen, y que terminó con la pequeña industria; que nacionalizó todo y puso al Estado a manejar la economía. Luego vinieron algunas dictaduras militares casi todas, (que solo sirvieron para que los nuevos grupos en el poder se enriquecieran), para terminar con este gobierno que se dice islamista, que impuso la Sharia o Ley islámica, cuyo efecto fue que Khartoum ahora sea la ciudad más aburrida del mundo. Hace 20 años atrás, esta ciudad-puerto fluvial era encantadora y cosmopolita, con sus cafés, sus restaurantes y una rica y variada vida cultural, al decir de todo el que la conoció. Ahora es una ciudad congestionada, con calles rotas y de tierra, salvo las avenidas principales, con basura sin recoger, -aunque no peor que en nuestras grandes ciudades-, y con problemas urbanos de todo tipo producidos por el progreso, en mal manejo y la corrupción. Aún no hay el nivel de criminalidad que tenemos en nuestras capitales porque la ley y la sociedad islámica, menos evolucionada que la nuestra, logra mantener vivos esos mecanismos de control y solidaridad que ya hemos perdido, gracias al progreso. Sin embargo en regiones como Darfur, donde el conflicto ha traído la asistencia internacional, lo que era antes puro conflicto, ahora se esta transformado en criminalidad. Decididamente, no se puede frenar el progreso.
Sin embargo Sudán tiene una gran diáspora viviendo en el exterior: médicos, científicos, intelectuales, escritores, pintores, viviendo y contribuyendo con su aporte en lugares como Nueva York, Londres o Paris. También son la mano de obra que mueve la construcción en Egipto o los servicios en Arabia Saudita y en los países del golfo, a pesar que la construcción aquí la hacen obreros traídos por las compañías chinas de las Filipinas o Bangla Desh. Varios millones dicen. Suena conocido, ¿no? Y ahora la pregunta del millón: ¿Que conocen los sudaneses de nuestro continente latinoamericano?
La primera cosa con la que asocian nuestro continente es con el fútbol, del cual son absolutamente fanáticos. Maradona, por supuesto. Pero también, América Latina es la tierra del Che, de Fidel y de Allende; debe ser el pasado socialista de los 70. Claro que no saben muy bien de que país son; “¿Brasil? ¿Argentina?” Otro personaje famoso es Escobar, sobre quien saben que fue una especie de Robin Hood para los pobres de ese continente, (“dejó mucha obra, ¿no?”). Se interesan por saber mas de nuestros países: “¿Y en tu país cuantas tribus hay y como se llevan?” Siempre conocieron México y ahora conocen Venezuela por el presidente “García” que es tan enemigo de Bush. Y saben de esa música que bailan en Argentina, ¿Cómo se llama? Ah, tango, si. Y conocen y leen a García Márquez (¿Sabias que están haciendo una película con su vida?) y a Isabel Allende. No tiene idea de cómo es el clima y se lo imaginan como el de Estados Unidos. “¿Hace mucho frío allá? Porque yo estuve en Chicago y hacia un frío de pelar.” Por lo tanto se asombran que yo no tenga problemas con el calor. Kadiya, la señora que lava y plancha mi ropa y limpia el apartamento donde vivo, me pregunto una vez: “¿Usted vive en un país caliente? Porque tiene ropa muy delgada, como para un clima como el de aquí…” “¿Conocen el maíz y las papas allá en sus países?... Porque aquí son muy populares…”. Dije que si, y no que eran originarias de allá, no sea que vayan a creer que soy Argentino… Y si, porque en el fondo, los sudaneses son como nosotros; las mismas aspiraciones, los mismos problemas, los mismos gobernantes, las mismas frustraciones. ¿Será que vivimos en el mismo continente? [1] Generalmente usados por mercaderes, funcionarios del gobierno y generales retirados.