9 de noviembre de 2007

Sudán queda en algún lugar de América Latina

Juba, Rumbek, Wau y Kadugli. Llegamos al Aeropuerto internacional de Juba a las 7 de la mañana para abordar el avión del Servicio de Asistencia Humanitaria, de las NNUU (UN-HAS por sus siglas en inglés), que todo el mundo llama WFP Airlines (Aerolíneas PMA, por Programa Mundial de Alimentos). Me imagino que es el plan de sostenibilidad de la organización. Tiene aviones bi-motores de 36 pasajeros que también llevan carga, y así matan dos pájaros de un tiro. (Foto arriba: Atardecer camino de Kadugli a Abyei).
El “check-in counter” de WFP Airlines era, no obstante, un cubo de ventilación del sistema de aire acondicionado del aeropuerto, que a esa hora todavía estaba cerrado. Ahí nos chequeamos, dejamos nuestras maletas y nos dispusimos a esperar. Si, porque esta aerolínea funciona con horario aproximativo. En general, los vuelos salen después de que llega el avión, porque todos son aviones que llegan de alguna otra parte. (Foto: Rumbek).
Sin embargo, esta vez el avión llego de Loki a las 8:30 y pudimos salir a las 9 de la mañana. Estaba casi completo, 36 pasajeros a bordo: Oxfam, World Litteracy, Save the Children, IRG, DAI, HARD (debe ser una ONG local) EDC y WFP, entre otros. Si, porque en el registro de pasajeros además del nombre también te piden el nombre de la agencia a la que perteneces… Curioso, también fue lo mismo en el hotel de Loki, solo que recién ahora me di cuenta de esto.
Despegamos de nuestra última pista asfaltada y nos dirigimos al norte, hacia Rumbek, la antigua capital del sur. Durante una hora volamos sobre una planicie semi-árida, atravesada por numerosos ríos y totalmente despoblada, sin gente. Me pareció extraño, pero no me sorprendió; después de todo estamos en Sudan. Solo que me preguntaba “¿Y donde están los 10 millones de personas que se suponen que viven en este país?” En las ciudades no, porque fuera de Juba, que es una ciudad menesterosa, todo lo demás son pueblitos de menesterosos. La pregunta quedo sin contestar. Fuimos descendiendo a Rumbek, que suponía, iba a ser una ciudad ya que fue la antigua capital del sur de Sudan, pero nada, también es otro pueblo como los demás conocidos visto desde el aire. Pero, a medida que el avión descendía haciendo su aproximación a la pista del aeropuerto de Rumbek, me fije en una curiosa forma que yo creía natural; algo así como círculos de tierra sin hierba en medio de los pastizales con unos puntos mas obscuros en su interior. Más de cerca descubrí que eran chozas de paja, las casas donde vive la población. Así es, cada unidad familiar construye un cerco de piedra circular que delimita su propiedad y en el interior construye varias cabañas de paja: una para el hombre y las otras para las varias esposas, dejando una para la cocina que, imagino, es donde todos se encuentran y se arman las peloteras… (Fotos: Poblado de Wau).
De ahí en adelante mi vida cambio. En el tramo de Rumbek a Wau, mirando desde el avión, me pude dar cuenta de lo poblado que es este país. Solo que no se ve. Pero también me pude dar cuenta que a pesar de lo poblado, de lo plano, de la cantidad de ríos que lo cruzan, a pesar que la tierra es semi-arida, no se ven cultivos por ninguna parte; ni siquiera cerca de las chozas… Una vez más aparece un enigma: “¿Y de que vive la gente?” Y otra vez más la misma respuesta: “Estamos en Sudan.” Aparentemente, los árboles son la arquitectura preferida para las terminales aéreas, por lo menos en el sur. Llegamos a Rumbeck y ahí nos hicieron bajar y pararnos a la sombra de un árbol mientras “tanqueaban” el avión. De ahí, subimos de nuevo y partimos a Wau.
En Wau no hay árboles, solo una Terminal, pero esta vez de cemento y del tamaño de una habitación, seis por cuatro metros, con unas sillas plásticas amarradas con una cadena entre si. Ahí esperamos la conexión. Y como era WFP Airlines, la conexión llegó cuando llegó. Dos de la tarde y aún no desayunábamos. Esta línea aérea había adoptado el modelo de negocios de las líneas aéreas norteamericanas: te cobran el pasaje pero no te dan nada de comer. En realidad, como el precio de los boletos es un poco mas barato que las líneas comerciales, si las hubiera, tampoco te dan las indicaciones de seguridad. Así que a cada uno debe ingeniárselas para ajustarse el cinturón de seguridad y ver que mierda hace con esa mascarilla que, de repente, cae frente a ti. Solo los pilotos toman café y la azafata la pasa de lo mejor… Así, luego de otra hora de vuelo, sobrevolando poblados invisibles con cultivos inexistentes llegamos a nuestro destino final, Kadugli. Bueno, lo que en un comienzo creí que era Kadugli: una serie de campamentos súper ordenados e inmensos, una pista de cemento y una Terminal, una verdadera Terminal: edificio con torre de control, salones, cafetería y todolodemás. El avión aterrizó, carreteo por la pista y se detuvo cerca del Terminal. Abrió la puerta y bajo la escalera. Bajamos con mi compañero. Enseguida bajaron las maletas, cerraron la puerta y despegaron rumbo a Khartoum. No había bajado nadie más, solo quedamos los dos en la pista. Según me dijo mi compañero de viaje, habíamos llegado al norte de Sudan. No nos esperaba nadie porque, según nos enteramos después, la camioneta vino a vernos y como el avión no llegó a la hora (sino 15 minutos más tarde), se fue... ¿Son tan británicos aquí? De eso me daría cuenta media hora después... El camino del aeropuerto a Kadugli es una enorme carretera, súper ancha, de tierra... pero hecha pedazos, a tal punto que el carro se fue por caminitos, más bien trochas, trazadas por otros vehículos a los costados de la carretera. “Es que la compañía China contratada para hacer este camino pavimentado se arrancó con el dinero”, me comentó el chofer. Nada que no conociéramos ya, ¿No? Kadugli es una capital provincial desde época de los ingleses. De eso nos dimos cuenta cuando la carretera desemboca en una avenida, esta vez bien pavimentada, ancha y flanqueada por hermosos árboles centenarios (Mahoganys, en inglés), plantados por los ingleses. En algún momento cruzamos un parque, trazado por los ingleses hasta que la avenida se transformó en una calle, ancha, con casas de ladrillos pintadas de blanco y construidas, seguramente, por los ingleses. Claro, ahora todo estaba viejo y derruido, por el tiempo, el abandono y la guerra. Una ciudad sumida en la incertidumbre de no saber si pertenecía al sur o al norte, fue prácticamente abandonada por su población, la que esta recién ahora regresando, poco a poco y adquiriendo, decididamente, una personalidad norteña, o sea arabizada, de negros musulmanes. El drama de Kadugli es que dentro de los acuerdos de paz, tiene una administración rotativa, o sea un año un alcalde del partido de gobierno, el National Congress Party (NCP) y otro de Sudanese Popular Liberation Movement (SPLM), del sur. El problema es que, lo que hace el uno, lo deja de lado el otro, si es que no lo deshace. Y si no, vean lo que esta sucediendo con la carretera. (Fotos de Kadugli). La ciudad, aunque pequeña, esta llena de vida. Sus calles, bien asfaltadas, rebozan de gente caminando, gente montada en burritos, gente montada en carritos casi de juguete tirados por burritos casi de juguete, niños, hermosas mujeres, altas, negras, negrísimas y arropadas con esas telas que las envuelven de pies a cabeza, porque son musulmanas, aunque usan colores brillantes, casi todos floreados y múltiples. Abundan las mezquitas, por supuesto, y escasean los carros y los lugares donde comer. Y si, ya eran las cuatro de la tarde y pensábamos que había llegado el momento de tomar el desayuno...
Decididamente no hay sushi en Kadugli. No se cuantos restaurantes hay, pero a nosotros nos llevaron al mejor, cuyo dueño es también el propietario de la gasolinera, de la compañía constructora, de las tierras aledañas y quien sabe de cuantas cosas más. El menú es simple y por eso no lo escriben: bandeja o shawarma. El shawarma esta afuera, como todos los shawarmas del mundo, pero escuálido y con la grasa que chorrea, como todos los shawarmas del mundo, salvo los de Paris. La bandeja te la preparan. Lo que llaman “bandeja” en realidad es... una bandeja, pero enorme, como de un metro de diámetro, de metal, y en ella colocan ordenadamente carnes de varias especies, cordero y pollo en diferentes presentaciones, berenjenas cocinadas y, si tienes suerte, coliflor en salsa... de carne. En los días de fiesta te ponen además un poquito de ensalada, o sea tomate y cebolla picada. Hoy era día normal. Decididamente, como lo comprobaría con el pasar de los días, los sudaneses son los “argentinos del norte”. Solo comen carne. Con razón...
La bandeja la colocan en medio de la mesa, además traen “Job” que es el pan árabe, aunque aquí “Job” solo significa pan y te ofrecen “Coca o Bebsi”, siendo Sudan uno de los pocos países del mundo donde coexisten las dos. El pan árabe sirve de plato, tenedor y servilleta. Con pedazos de pan vas tomando pedazos de carne y los pocos vegetales que hay delante de ti. Eso si, antes de comer o bien vas a lavarte las manos o te traen a la mesa una palanganita con jabón y toalla. Luego de comer, te lavas nuevamente las manos y te enjuagas la boca. Eso si, escupes el agua al piso. Tal vez sea un ritual (?) Aquí no hay postre, no hay dulcecitos árabes, no hay fruta, no hay nada más. Tan solo café o té. Sin embargo, todo sabroso y perfumado, porque eso si, tienen estos cocineros o cocineras, más bien, un gran dominio del arte sutil de poner especies en cada cosa que preparan, incluyendo el café (con cardamomo) y el té, con otros aromas que no pude identificar. Ahí, de sobremesa y por primera vez, pude tener contacto con sudaneses de verdad. No los que trabajan para las ONGs, no los que hablan inglés, no los intelectuales, sino con la gente normal, la que vive su vida de todos los días en una capital provincial. No sin cierta dificultad, hablamos con la gente que se nos acercó a darnos la bienvenida a su ciudad (y no a preguntarnos que hacíamos ahí), y compartimos con ellos sus preocupaciones y visiones de las distintas situaciones, que si la guerra iba a regresar o no; que la corrupción del gobierno; que la gente que se hace rica a espaldas del pobre; de los funcionarios que roban; de los negociados; de cómo los extranjeros (Chinos esta vez) se llevan el petróleo sin dejar nada en el país... Decididamente, Sudan queda en algún lugar de América Latina!
Y así, caminado por sus soñolientas calles al atardecer, escuchando la llamada de la última plegaria del día, y sintiendo el humo de cocinas de leña, calentando agua para el té, nos regresamos a nuestro “compound” para dormir. La partida al día siguiente sería a las cuatro de la mañana.
Curiosamente la noche en Kadugli, a pesar de estar en América Latina, es diferente a las nuestras. No me podía despertar en medio de la noche porque no escuche ladrar a ningún perro (luego me enteraría que se callaron a raíz de la guerra), ni en la madrugada porque ningún gallo cantó (¿Será que se los comieron a todos?). Así que tuve que confiar en mi despertador que sonó a las 4 AM porque había que madrugar. Ese día tendríamos por delante un largo viaje al corazón del Sudan.
Kadugli, Sudán
Viernes 2 de noviembre, 2007