13 de noviembre de 2007
Tierra de Negros
Sudán es el nombre que los árabes le dieron a este país y que literalmente quiere decir “tierra de los negros”. Viene de “Sudd” que significa negro y de “al” que, me imagino, es algo así como una aseveración-exclamación, como “a la puchas”, “a la pipeta” o “fíjate a la hora que llegas!”.
Salimos de Kadugli para hacer siete horas de carretera, que en realidad fueron siete y media, porque paramos a comer. En general en Sudán hay tres tipos de carreteras: las buenas, de tierra, anchas y rectas; las malas, de tierra, angostas, con hoyos y rectas; y las carreteras petroleras, relativamente buenas, relativamente sin hoyos, relativamente rectas, pero eso si, llenas de camiones, de puestos de control y de gente.
Abyei era nuestro destino final. Cuando digo el corazón de Sudán, lo digo por más de una razón: Abyei es una ciudad que ahora queda en el límite entre el norte y el sur. Ciudad provincia, abandonada durante la guerra, repoblándose rápidamente ahora, lugar de confluencia de varios grupos étnicos, en general nómadas pastores, es una ciudad ganadera y de “reconciliación nacional”, o sea donde se vive la realidad de la posible coexistencia del norte y el sur. Corazón, no solo porque queda “in the middle of nowhere” sino también porque Abyei es, hoy en día, el lugar donde toda las miradas están enfocadas, donde se podrá constatar si el proceso de paz planteado va a funcionar, y también, porque esta en el corazón de la zona petrolera que tiene concesionada los chinos y que, en este momento, provee el “sueldo del país”, o a decir de algunos, “el sueldo de los que manejan el país”.
Nos adentramos en un paisaje africano, verdaderamente africano. No como el de las películas de Tarzan, con esa selva hecha en Hollywood, sino más bien, como el de “Elsa, la leona de dos mundos”, una película famosa filmada en Kenya, al ladito de aquí. La carretera, una recta totalmente recta, con alguna curva solo cuando el ingeniero que trazaba los planos se distrajo por una llamada telefónica, era de tierra, pero bien trazada. Tan bien trazada que permitía recorrerla con velocidades entre 80 y 120 Km. por hora, siempre y cuando se pudiera ver con anticipación los “camellones” o “lomos de toro” o “chapas acostados” que marcaban la llegada de un puesto de control, y se pudieran espantar a tiempo la cantidad de pájaros posados en ella.
Porque, a diferencia la película “Elsa, la leona de dos mundos”, aquí la fauna avícola es impresionantemente abundante. Pájaros, pajaritos y pajarracos de todos los tamaños y colores. Bandas de loros rojos y azules, halcones, buitres y marabúes de más de un metro de alto, parados en la carretera por alguna extraña razón. Bueno, la razón estaba alrededor de ellos. Toda esta planicie estaba inundada hasta perder la vista: estábamos al final de la estación de lluvias, y a pesar que las carreteras estaban secas, o sea pasables, el suelo compacto y arcilloso de esos parajes filtraba el agua muy lentamente. Era un paisaje exuberante aunque no selvático. Bosque espinoso, de matorrales, tiene una tierra fértil donde crecen pastos altos de mas de metro y medio y calabazas y sandias, me imagino que salvajes, al lado de la carretera, es una región ideal para la ganadería. Me dijeron que antes de la guerra estaba bastante poblada de fauna silvestre; elefantes, leones, jirafas, todos compañeros de “Elsa”. Pero, con el ruido de los bombardeos, decidieron emigrar a Kenya, donde viven, junto con “Elsa” en los parques nacionales que abundan en ese país. Un millón trescientos mil animales se estima; ¡la mayor migración animal del planeta en tiempos modernos! Bueno, ahora están regresando y con ellos la esperanza porque algún día esta región sea un paraíso turístico, tal como Kenya, ya que es de una belleza inmensa, pero poblado de gente miserable.
De esas planicies anegadas en este momento salen tres productos: carbón de espino, pescado seco y petróleo. Todo va para afuera; el carbón de espino a Khartoum, donde se vende a US $15 el saco de un quintal; el petróleo a China y el pescado seco, no se donde irá, porque lo que es por aquí nunca vi a nadie que lo comiera, que lo vendiera en los mercados o que lo ofreciera en restaurantes. Pero eso si, a cada rato, a lo largo del camino se veían tendederos con pesado secándose, impregnando el aire con ese “aroma” tan especial de pescado, secándose...
Y sí, esta la gente. Es que la belleza del paisaje es tanta que uno tiende a olvidarse de la gente, pero ahí están. Básicamente tres tipos de gentes pueblan esta región: los que viven ahí, los que pasan por ahí y los que están ahí y no saben por qué. ¡Ah!, casi lo olvido, y los chinos del petróleo, aunque a esos casi no se los ve. Es que hay dos tipos de pobladores “autóctonos” los más o menos agricultores y los pastores nómadas, los baggara o, como le dicen los “árabes” que circulan por toda la región, con su ganado comiéndose las cosechas y originando conflictos desde tiempos remotos y que aún no se resuelven. Esos son los de pasada. Y los que están ahí sin saber por qué, son los soldaditos de ambos ejércitos, el del norte y el del sur, enviados a los numerosos puestos de control y que conviven gracias a un mecanismo de implementación conjunta de los acuerdos de paz. En la práctica eso se traduce en casuchas de paja, en medio de la nada, cada 20 o 30 minutos en la carretera, con 4 soldados: dos del SPLA y dos del ejército nacional. En algunos son dos casuchas, a 10 metros la una de la otra, lo que significa dos puestos de control, dos lomos de toro y dos “peajes”. En otros casos, cuando se llevan mejor, una casucha, un lomo de toro y un “peaje”. Si, porque nos enteramos que el viaje entre Kadugli y Abyei cuesta, más o menos, unas 100 Libras sudanesas (US$50) en “peajes”. Ese es el plan de sustentabilidad de los soldaditos. Y no los culpo... No tiene nada, pero lo que es nada que hacer. Ni siquiera hay población cerca en muchos de los casos.
De todas maneras, al “pueblo” más cercano es difícil llamarlo así. La carretera esta colmada de conjuntos de casuchitas de paja (10 a 20), en donde ofrecen de todo, comida, reparación de llantas, corte de pelo e Internet, pero que difícilmente podría ser calificado como un poblado. Los poblados son las agrupaciones de Tukuls (nombre local para esas chozas) como las que vi desde el avión y que se ven aquí a lo lejos, en el horizonte. Pero por ahí no pasa la carretera, menos mal.
Nos paramos a tomar el “desayuno” que aquí es la comida del mediodía. Creo que es la herencia del Ramadan, donde se “desayuna” (o como se dice, se come el Iftar) al caer el sol. Bueno, el desayuno fue en una de esas “casuchas” que por fuera no te decían nada, pero que al entrar, aromas inimaginablemente exquisitos nos animaron: té con alguna especie perfumada; café con cardamomo y “bajur”, que es un incienso local hecho de una resina que, según me dijeron, traen de Indonesia. La cabaña, de techo bajito, es increíblemente fresca. Nos sentamos en una banquitas y ahí, nuevamente, nos traen la “bandeja”, solo que esta vez, fuera de la carne, la ensalada es medio tomate cortado en 4 porciones y una cebollita pequeña en rebanadas. Pero eso sí, harto “hobs”, el pan árabe que aquí llaman solo pan.
Salimos de la chocita, comidos, perfumados y refrescados. Increíble. Y me pongo a pensar que en realidad ese tipo de construcción es tanto más apropiado para esa región que las casas de prefabricados que les llevamos, con los aires acondicionados… Claro que eso es casi blasfemia, sino, ¿de qué hacemos vivir a Carrier?
Afuera nos espera un pequeño mercado, donde me entero que sí hablo árabe. Resulta que mi guía local me invita a comer una “juabas” y una “papai”, que son, ni más ni menos, que guayabas y papayas! Un poco mas allá, veo un “asado a la piedra” o sea un fogón, con piedras calientes y carne encima! Decididamente los árabes dejaron en España algo más que solo almohadas y alcuzas!
Y así, entre perfumes de “bajur”, tes aromáticos, el volar de flamingos, halcones y marabúes, entre pastos infinitos, pensando en quienes son los que necesitan desarrollo, si ellos o nosotros, seguimos por nuestra recta polvorienta durante dos horas más para, llegar finalmente, a Abyei.
Abyei, Sudán
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