18 de septiembre de 2009

Tras los pasos de la guerra

Hasta que salimos a terreno que es lo que más me gusta… Porque, finalmente, un país no es su capital. La cara tal vez si, pero su cuerpo esta hecho de esa infinidad de pueblitos que se suceden, como cuentas de rosario, a lo largo de sus carreteras. Y por eso, para conocer un país, uno podría adaptar la famosa máxima diciendo “por sus carreteras los conoceréis”…

Esto significa que, si se quiere visitar un país del tercer mundo pensando en ver gente andando a lomo de mula o a caballo, por carreteras rurales, con todo el encanto que esto pudiera tener, más vale que no vengan a El Salvador. Aquí no lo encontrarán. Ya quisiéramos en cualquiera de nuestro países -incluyendo Macedonia-, tener estos caminos rurales que más bien se parecen a las carreteras secundarias que uno podría encontrar en Suiza o en Francia (en Inglaterra no, porque manejan al revés), y que aquí lo llevan a uno de un “pueblito rural” a otro. Claro, el país es pequeño, Liberia también lo es, lo que hace que el concepto de ruralidad tenga que ser revisado seriamente por aquellos que manejan la programación de asistencia para el desarrollo en este país. ¿Como poder ser rural cuando siempre se tiene una pequeña ciudad cerca? Me causan gracia ciertos documentos que hablan de maestros teniendo que caminar para llegar a la escuela. Si, una hora o dos. ¿Y que paso con los que tienen que caminar todo un día para llegar a la escuela como sucede en el mundo Andino, o 300 km (claro en vehículo) como en Sudan?

Ya lo he dicho, San Salvador es una ciudad gringa, pero el interior, ese es el mayor “atout”, palabra francesa que significa algo así como tener el “as en la mano”, de este país. El interior es una maravillosa combinación entre pequeñas ciudades rurales (no digo coloniales, porque todo eso se ha perdido), construidas en el siglo XIX o comienzos del XX donde el “desarrollo” aun no ha perturbado mayormente el paisaje urbano de estas. De tal manera que el Citibank, el Western Union y el Pollo Campero -equivalente de Mc Donalds-, están instalados en casas, no viejas, pero si “tradicionales”. Todas, por supuesto, adornadas con cybercafes.

Claro, ellos no lo saben. Y no lo saben a tal punto que recién este año se creo un Ministerio de Turismo (aún no hay un ministerio de planificación). Porque, ¿quien querría venir a El Salvador si el sueño es poder ir a California? Ese es el problema…que este país es hermoso, tan hermoso como Nicaragua, Costa Rica, Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Argentina. ¿Entonces que hacemos?… ¿Será que hacemos un promoción turística continental?

En este viaje íbamos a visitar las provincias llamadas “del oriente”, Morazán, La Unión, San Miguel, Usulután, todos nombres evocativos…no de culturas ancestrales sino de la guerra de “liberación” que se viviera entre los años 70, 80 y 90 en este país. Todas zonas controladas por la guerrilla, y desde donde finalmente vinieron las ofensivas que lograron cambiar el balance de poder y llegar a los famosos acuerdos de paz (¿remember Viet Nam?). Todo suena muy romántico, pero no lo es, por lo menos en ese sentido. No se si será romántico. Romántico seria si hubiese hecho ese recorrido con la Ampi, en esas circunstancias sería bello. Sencillamente bello. Pero no bello subdesarrollado, burrito y sombrero de paja, sino bellos de belleza de formas, de colores, de una auténtica integración de pasado y presente que hacia que en cada pueblo que cruzábamos hubiera una combinación de colores, de autenticidad y de progreso que harían la envidia de cualquier gringuito buscando ese lugar donde retirarse, buscando volver a la vida “como era antes”...pero con” internet access”, western unión, pare recibir, y un “seven-eleven” para gastarse la pensión.

El problema es que esa región, en principio, es una de las más pobres del país. Por lo menos así figura en las estadísticas, pero en la realidad es difícil de verificarlo, especialmente porque cuando se llega a San Miguel, la capital de una de esas provincias, se entera que ese es el centro de dos fenómenos continentales: el tráfico de drogas y las remezas. ¿Será por eso que uno ve tantos autos alta gama y casas tan increíbles en la ciudad? No lo se pero me lo pregunto…

La verdad es que no quisiera despreciar lo que paso ahí. Después de todo fue en este lugar donde la guerrilla, el FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación), aquel que viéramos en las películas, tuvo sus bases populares que le permitieron vivir y desarrollarse hasta alcanzar el poder de negociar una paz (recuerdan Viet Nam) que le dio a todo el mundo la sensación que “habíamos ganado la guerra”. Y con toda razón. No se ganó pero fue un “empate” que les dio la capacidad de ganar el gobierno, 20 años después, en las últimas elecciones.

Pero cuando se ven los carros que circulan por la ciudad, y las casas construidas por “la remeza” resulta difícil pensar en que justo ahí, en algún momento, fue la cuna de la “revolución”. No es que no la haya habido y que los elementos organizativos (que yo viera 10 años atrás, cuando estuve en estos mismos lugares) hayan desparecido, no. Lo que sucede es que llevamos 20 años de paz…y eso puede cambiar muchas cosas…

Por lo pronto las carreteras. ¿Pero que más ha cambiado? ¿Cambiaron las actitudes? ¿La manera de pensar? ¿La forma de ver el mundo? ¿Han cambiado las maneras del hombre de relacionarse con su mujer, con LA mujer, con la familia? Bueno, todas esas son cosas que nosotros tenemos que averiguar, y que, a mi juicio, son súper importantes para ver y entender que ha pasado en El Salvador.

17 de septiembre de 2009

Carlos, o la vida en un hotel

No todos los hoteles son iguales; hay hoteles y hoteles y eso no tiene nada que ver con el precio ni con la categoría…bueno, no del todo.
En general siempre llegamos a hoteles de primera categoría, aunque dependiendo del país el concepto de primera categoría puede variar. Cuando vamos a USA o a Europa nos ponen en hotelitos de tercera, pero que entran dentro de lo que seria el viatico de un hotel de primera categoría, pero en Nairobi. En el medio oriente no hay nada que hacer, te tienen que poner en uno de primera categoría al precio de país petrolero, es decir, súper costosos, y además tienen que cruzar los dedos para que no vayan a hacer explotar una bomba… Lo que hace que los que ya conocen esos lugares (los consultores me refiero), por decisión propia se vayan a hoteluchos de tercera para estar lejos de las bombas. Después están las “ciudades inteligentes” como El Cairo, Rabat y me imagino que muchas en Asia, donde los hoteles de gran categoría, como el 4 Seasons de Cairo, te negocian tarifas que están dentro del viático con el fin de atraer el turismo de negocios (ya sabemos a esta altura que la asistencia al desarrollo también entra en la categoría de negocio), donde nosotros también estamos incluidos. Y luego están los ciudades “avivadas” como Monrovia y algunas otras en África donde por un hotelucho de tercera, pero considerado por ellos de primera, te cobran precios usureros, los cuales corresponden exactamente al monto del viático que te da la organización y que no tiene nada que ver con el nivel y calidad del servicio, si de servicio se puede hablar. Y finalmente esta América Latina, extraño continente, donde los hoteles de primera te dan servicio de primera a precios razonables, y los de segunda te dan servicios de segunda por precios irrisorios. Y por supuesto las pensiones que no cobran casi nada y tampoco dan servicio por supuesto, pero muchas veces te brindan un acogedor clima de amistad. Entonces aquí, donde estoy ahora, el tema es el tipo de servicio de primera que te dan. En general la calidad de las habitaciones es estándar: no muy grandes, no muy pequeñas, buen baño con buena ducha, millones de toallas de las cuales uno usa una o dos, heladerita, teléfono y televisor con los mismos canales de siempre, donde obviamente predomina CNN (aunque aquí también hay Telesur, el de Chavez, que en realidad es Aljaezira en español). Me imagino que la real calidad esta dada por el hecho que en esos hoteles mantienen a raya, es decir fuera de la vista, a las cucarachas y otros insectos indeseables, los cuales, en el mejor de los casos, tienen acceso solo a las escaleras y aéreas de servicio. Los precios son razonables, aunque se desquitan en el comedor, el bar y el servicio de lavandería. La piscina puede ser grande o pequeña pero siempre, más que una superficie de agua, es un depósito de cloro que te hace correr el riesgo que te arresten en la calle por estar trabado, si sales del hotel inmediatamente después de haberte bañado. A todo esto se le llama “Confort Americano” lo cual hace que en general el menú reproduzca todas las taras de la alimentación gringa, incluyendo el kétchup hasta en la sopa. Pero nunca dejan de tener un día a la semana en el cual ofrecen el “menú típico”, que es básicamente comida nacional, presentada, elaborada y sazonada como para que la coma un gringuito sin chistar y sin caer enfermo… Entonces, ¿que es lo que hace que un hotel se te quede más en el corazón que otro y que uno tenga ganas de escribir sobre el? Ciertamente no es el Camino Real de Ciudad de Guatemala, al que con un amigo llamamos “The Gran Central Station” porque nos recuerda a la estación de tren de Nueva York: todo el mundo pasa por ahí, nadie te conoce y aunque estés ahí uno o dos meses de corrido, nadie te saluda. Bueno, este hotel en el que estoy en San Salvador tiene ese algo especial que lo hace a uno sentirse un poco más a gusto y ciertamente no en la estación de tren: ¿será alma? Aquí lo que conseguimos, porque íbamos a estar dos meses y necesitábamos salas de reunión, fue que nos hicieran un precio para ocupar habitaciones en el “Piso Ejecutivo”. Un piso ejecutivo es ese último piso del edificio, donde uno tiene que acceder con una tarjeta especial del ascensor y donde uno paga mucho más por casi el mismo servicio. Las habitaciones, son las mismas. Solo que tiene un “lounge” donde puedes tomar desayuno y en la nochecita un “happy hour” al que todos van porque es gratis. Bueno, en realidad, eso lo pagas en el costo de la habitación, ya que por supuesto esto es un negocio rentable, no como el de la asistencia para el desarrollo. Así que este famoso piso ejecutivo sería uno más, si no fuera por Carlos, la persona que atiende ese lugar. Carlos es un hombre de mediana edad, con aspecto distinguido, y que cuando uno lo ve, tiene la impresión que se ha dedicado en alma y vida a servir a los demás. Pero no a servir en el sentido servil de la palabra, sino a servir en el sentido superior que ya se quisieran muchos “servidores públicos” poder dominar. El primer día de estadía pregunta, muy discretamente, en que habitación estás. Me dijo: “no necesita decirlo tan fuerte, es solo para mi”. Y al día siguiente te saluda por tu nombre y titulo y pregunta por la familia, casi nombrando a cada uno de tus próximos y se acuerda exactamente como quieres el café. Ahí arranca una relación increíble de intercambio donde finalmente uno, especialmente al final del día, le cuenta como le fue, a quien vio (personalidades, ministros etc.) y el comenta diciendo: “si, cuando yo lo tuve sentado aquí en mi lounge, me dijo lo mismo”. Por supuesto Carlos, en el lounge de uno de los hoteles de primera categoría de esta ciudad, ha tenido “sentados ahí” a la Reina Sofía, al presidente de este país, a Cheney, a Bush y a unos cuantos más que iré averiguando a medida que pasen los días, las conversaciones y mis estados de ánimo. El también tiene sus confesiones: es un casi-doctor en medicina, como el taxista que nos moviliza a diario que es licenciado en administración de empresas, y muchos otros casos así en nuestras realidades tercermundistas, que vivió en los “estados” o el “norte”, como la mitad de la población que aun reside en este país, que ahora tiene esa pasión por lo que hace, como casi nadie de la gente que vive en este país. Y a partir de ese intercambio nos embarcamos no solo en conversaciones filosóficas –ojo, porque el no es ni taxista ni peluquero- sino en intercambios profundos sobre cosas tales como… ¡los vinos! Cuando supo que yo era francés, entre otras cosas, y conocedor de vinos -por no decir consumidor-, nos embarcamos en un interminable diálogo sobre las cepas, los tipos de vinos etc., todos temas que amamos profundamente. Es esa “atmosfera” lo que ha creado el “club del séptimo piso”. El club del séptimo piso somos todos aquellos que estamos atrapados en este lugar porque tenemos que estar aquí: hay la señora que esta con el marido, me imagino que porque tienen un chiquito de dos añitos que el quiere ver crecer; esta la señora española que acompaña al marido porque seguramente los han trasladado aquí y buscan casa; están los venezolanos que vienen a ver como pueden invertir plata aquí, están los argentinos de turno, y la señora colombiana que le dice a Carlos: “hola, y uste porque se contorsiona tanto para servirme un café, ve”. Si no fuera por el club del séptimo piso nunca me hubiera enterado que la semana pasada hubo una alarma de incendio (que me perdí por estar viajando por el interior del país), donde todo el mundo tuvo que salir en pijama, bajando por las escaleras, para finalmente descubrir que había sido una broma de los muchachos que estaban alojados aquí, participantes del campeonato juvenil de karate que se llevo a cabo en San Salvador. Y por supuesto están los chicos del la recepción quienes me dicen: “buenos días, como esta Sr. Rodríguez”, uno solo dice como le va, y saludan y sonríen y todolodemas. Y también esta Katia, o Katie o como se llame quien me sonríe de tal manera que todos los días hace salir el sol…a pesar que le he contado todo sobre mi vida, mi esposa, mis hijos y del hecho que voy a ser abuelo la próxima semana… Y finalmente eso es lo que uno quisiera de un hotel, pero que nunca consigue: algo que te haga sentir que existes, en medio de este mundo del viaje donde finalmente uno no es nada…Y sino pregúntenle al personal de las líneas aéreas que fueron entrenados, a mi parecer, precisamente para acabar con tu ego. ¿Sera que después de todo ellos son los verdaderamente Zen?

El Salvador: un país sin memoria

Cuando uno llega a El Salvador, inmediatamente sabe que es un país que tiene algo que vender… Desde que uno llega al aeropuerto, lo hacen caminar por un pasillo interminable donde se suceden, una tras otras, todas las tiendas de cosas que se venden en un aeropuerto: Gucci, Dior, Sony, St. Laurent…Todas las marcas están ahí; todas las cosas están ahí. Me imagino que será para facilitarle la tarea a las masas de retornantes que vienen cada año a pasar fiestas o vacaciones con sus familias en El Salvador. Sí, porque la mayor fuente de ingresos del país siguen siendo las remezas de los millones de salvadoreños que viven principalmente en los Estado Unidos. Así que, también imagino, que para hacerlos sentir como en casa, San Salvador es una ciudad construida a imagen y semejanza de una ciudad gringa, no se si en California o en Miami.

La llegada es más bien cordial, salvo que en el escritorio del agente de inmigración te cobran US $10 por la visa, y si les pagas con uno de $20 no tienen cambio. Pero, en este caso, son los mismos agentes de la aduana los que van a buscar el cambio y no como en otros lugares que todos conocemos bien, donde es uno el que tiene que ir a buscarlo.

El aeropuerto queda a 40Kms de la ciudad lo cual, para un país como este, es casi como cruzar todo el país. Si. Porque El Salvador es pequeño…aunque sus habitantes no lo vean así. Cruzar todo el país de este a oeste son solo 200 Km., pero para los habitantes de esta nación liliputiense –según los cánones latinoamericanos- esas distancias son inmensas y dicen que se necesitan dos días para recorrerlas por carreteras que son una perfecta imitación de las carreteras gringas del norte.

Lo verdaderamente diferente es que ahora no te disparan cuando uno va por la carretera del aeropuerto a la ciudad. Había estado diez años atrás, donde tampoco disparaban pero nada garantizaba que no lo hicieran, pero hace 20 si disparaban y había que andarse con cuidado. Recuerdo que estuve en el famoso hotel Sheraton que se tomo la guerrilla como a finales de los años 80, pero esta vez –distinto a Rwanda, conseguí salir de ahí solo 2 días antes que eso sucediera. Ahora todo el mundo sabe lo que paso y es interesante, porque te cuentan que todo fue una serie de cosas que no funcionaron, malentendidos, etc. Aparentemente no querían secuestrar a nadie, pero terminaron haciéndolo porque “no les quedo más remedio”… Esas son las cosas interesantes de los países en post-conflicto: que todo el mundo finalmente se conoce y todo el mundo sabe lo que paso.

Lo cierto es que ahora, aparentemente, esta ciudad es tan tranquila como cualquier otra ciudad de América Latina (o sea que hay que andar prevenido por ahí), a pesar que los taxistas del hotel recomiendan no salir a pie ni a la esquina, sino en taxi. Me pregunto por qué será. La ciudad esta situada a una altura de 600 metros, lo cual hace que el clima se más fresco que en la costa, rodeada por montañas pequeñas y al pie de un volcán que a pesar de tener un nombre propio (volcán de Quezaltepec) todo el mundo lo llama “el Volcán San Salvador”. Tanto es así que esta poblado con casas suntuosas, hasta media altura, y coronado por antenas de televisión, que algún día bajarán por sus laderas en forma de acero fundido a causa de alguna posible y futura erupción. Porque, como todos sabemos, en la tierra no hay volcanes apagados, solo dormidos.

Aunque no he recorrido mucho la ciudad, en apariencia todo es lo mismo: mal tras mal, y todos muy al estilo gringo (o yanqui como dirían en el sur), con gente que supuestamente ha estudiado “business development”. Como me decía la recepcionista del hotel “todos estudiamos eso porque nos dijeron que eso era lo que deberíamos hacer en el futuro; manejar negocios… pero aun no ha llegado eso al Salvador”…

Y si, porque El Salvador es un país que se construye; un país que ha salido de la guerra ya hace tiempo, o poco tiempo (porque 20 años no es nada) e intenta convertirse en algo; algo que no solo tenga sentido para la gente que vive aquí, en esta réplica de Los Ángeles o San Diego, y el resto de gente que son una replica de nada, que solo viven la misma vida campesina que siempre vivieron, pero que tienen familiares viviendo en el “Norte” (pronúnciese con acento gringo), y reciben todo los meses su remesa, claro, salvo en navidad donde llegan con la remesa en la mano. Por eso no es de extrañar los tres avisos que vi en el camino desde el aeropuerto a la ciudad, de tres diferentes compañías ofreciendo lo mismo: “lo que quieras comprarle a tu familia desde los Estados Unidos, nosotros se los traemos para acá”.

Bueno, en realidad no se para que se molestan en traer las cosas cuando muchas de estas ya están acá. Porque aquí están los Mall (Centros Comerciales) con las tiendas gringas, los productos gringos, casi mismito como si estuviéramos allá. Me imagino que eso es para que los que retornan no sientan nostalgia del norte. San Salvador es una Miami chiquita, o más bien una California chiquita que es la que esta más cerca de aquí y adonde se va la mayoría de la gente que emigra al norte. Es una ciudad que uno no se imaginaria, sobretodo si nos dejamos guiar por los estereotipos que en el sur tenemos sobre Centroamérica: países pobres, ciudades pequeñas, coloniales y rurales. Pues aquí no se ve nada de eso. La ciudad, muy bien organizada, a lo gringo, con calles amplias, arborizadas, casas tipo chalets con grandes jardines, algunos edificios aunque no muchos, pero si muy modernos, y centros comerciales y más centros comerciales, todo a la gringo. Un centro de la ciudad propiamente no tienen. Hay uno pero que esta tomado por los informales, la basura y la inseguridad. Así que al centro no se va. Tampoco vale mucho la pena porque todo vestigio de arquitectura colonial ha sido metódicamente borrado por los terremotos, el “progreso” y la tugurización de la que ha sido victima a través de los años antes, durante y después de la guerra.

Curiosamente este país se ha ido quedando sin historia. No solo la desaparición de los vestigios de la colonia, pero también de su pasado pre-colombino. En una encuesta que vi en televisión con motivo de las fiestas patrias, ninguna de las personas entrevistadas en la calle fue capaz de dar nombres de los próceres patrios, o la letra del himno a la bandera, aunque todos si iban a festejar en el feriado del 15 de Septiembre. ¿Sera que también festejan “Labour day”, Halloween y Thanks Giving Day? Tampoco tienen símbolos nacionales que podrían formar algo así como la base de la identidad; la música, la comida o el folklore. De hecho hasta hace poco tampoco tenían un Ministerio de Turismo! Solo tienen un producto nacional que los identifica claramente: las “Maras”, esas pandillas de muchachos que fueron deportados de los “Estados” (como le dicen aquí) y llegan al país a reproducir sus modelos de comportamiento y sus redes de solidaridad. Pero aquí, con odio, me imagino que odio a los locales y odio a la situación de tener que vivir lejos de su norte, sin poder regresar… Bueno, por lo menos legalmente, porque estos son en su mayoría nacidos en USA, pero desterrados en El Salvador. Como dirían aquí: “Vaya pues, que ironía mas cabal”.

¿Que si la guerra ha dejado huellas? Bueno, si las ha dejado, pero 20 años de paz le hicieron cirugía plástica de tal manera que ahora no se ven como se veían 20 años atrás. Todo ha recibido una capa de pintura, hasta la historia, y ahora las cosas no se ven de manera tan atroz como se las veía antes. Sobretodo porque ahora los “muchachos” están en el poder. Bueno, no se si tan en el poder como en el “querer”; porque en 100 días de gobierno han querido hacer mucho, pero como de costumbre, no lo han podido hacer. Pero ahí van. Ojala que esta monumental tarea que les espera por delante, recuerden que también tienen que recuperar la memoria.