17 de septiembre de 2009

Carlos, o la vida en un hotel

No todos los hoteles son iguales; hay hoteles y hoteles y eso no tiene nada que ver con el precio ni con la categoría…bueno, no del todo.
En general siempre llegamos a hoteles de primera categoría, aunque dependiendo del país el concepto de primera categoría puede variar. Cuando vamos a USA o a Europa nos ponen en hotelitos de tercera, pero que entran dentro de lo que seria el viatico de un hotel de primera categoría, pero en Nairobi. En el medio oriente no hay nada que hacer, te tienen que poner en uno de primera categoría al precio de país petrolero, es decir, súper costosos, y además tienen que cruzar los dedos para que no vayan a hacer explotar una bomba… Lo que hace que los que ya conocen esos lugares (los consultores me refiero), por decisión propia se vayan a hoteluchos de tercera para estar lejos de las bombas. Después están las “ciudades inteligentes” como El Cairo, Rabat y me imagino que muchas en Asia, donde los hoteles de gran categoría, como el 4 Seasons de Cairo, te negocian tarifas que están dentro del viático con el fin de atraer el turismo de negocios (ya sabemos a esta altura que la asistencia al desarrollo también entra en la categoría de negocio), donde nosotros también estamos incluidos. Y luego están los ciudades “avivadas” como Monrovia y algunas otras en África donde por un hotelucho de tercera, pero considerado por ellos de primera, te cobran precios usureros, los cuales corresponden exactamente al monto del viático que te da la organización y que no tiene nada que ver con el nivel y calidad del servicio, si de servicio se puede hablar. Y finalmente esta América Latina, extraño continente, donde los hoteles de primera te dan servicio de primera a precios razonables, y los de segunda te dan servicios de segunda por precios irrisorios. Y por supuesto las pensiones que no cobran casi nada y tampoco dan servicio por supuesto, pero muchas veces te brindan un acogedor clima de amistad. Entonces aquí, donde estoy ahora, el tema es el tipo de servicio de primera que te dan. En general la calidad de las habitaciones es estándar: no muy grandes, no muy pequeñas, buen baño con buena ducha, millones de toallas de las cuales uno usa una o dos, heladerita, teléfono y televisor con los mismos canales de siempre, donde obviamente predomina CNN (aunque aquí también hay Telesur, el de Chavez, que en realidad es Aljaezira en español). Me imagino que la real calidad esta dada por el hecho que en esos hoteles mantienen a raya, es decir fuera de la vista, a las cucarachas y otros insectos indeseables, los cuales, en el mejor de los casos, tienen acceso solo a las escaleras y aéreas de servicio. Los precios son razonables, aunque se desquitan en el comedor, el bar y el servicio de lavandería. La piscina puede ser grande o pequeña pero siempre, más que una superficie de agua, es un depósito de cloro que te hace correr el riesgo que te arresten en la calle por estar trabado, si sales del hotel inmediatamente después de haberte bañado. A todo esto se le llama “Confort Americano” lo cual hace que en general el menú reproduzca todas las taras de la alimentación gringa, incluyendo el kétchup hasta en la sopa. Pero nunca dejan de tener un día a la semana en el cual ofrecen el “menú típico”, que es básicamente comida nacional, presentada, elaborada y sazonada como para que la coma un gringuito sin chistar y sin caer enfermo… Entonces, ¿que es lo que hace que un hotel se te quede más en el corazón que otro y que uno tenga ganas de escribir sobre el? Ciertamente no es el Camino Real de Ciudad de Guatemala, al que con un amigo llamamos “The Gran Central Station” porque nos recuerda a la estación de tren de Nueva York: todo el mundo pasa por ahí, nadie te conoce y aunque estés ahí uno o dos meses de corrido, nadie te saluda. Bueno, este hotel en el que estoy en San Salvador tiene ese algo especial que lo hace a uno sentirse un poco más a gusto y ciertamente no en la estación de tren: ¿será alma? Aquí lo que conseguimos, porque íbamos a estar dos meses y necesitábamos salas de reunión, fue que nos hicieran un precio para ocupar habitaciones en el “Piso Ejecutivo”. Un piso ejecutivo es ese último piso del edificio, donde uno tiene que acceder con una tarjeta especial del ascensor y donde uno paga mucho más por casi el mismo servicio. Las habitaciones, son las mismas. Solo que tiene un “lounge” donde puedes tomar desayuno y en la nochecita un “happy hour” al que todos van porque es gratis. Bueno, en realidad, eso lo pagas en el costo de la habitación, ya que por supuesto esto es un negocio rentable, no como el de la asistencia para el desarrollo. Así que este famoso piso ejecutivo sería uno más, si no fuera por Carlos, la persona que atiende ese lugar. Carlos es un hombre de mediana edad, con aspecto distinguido, y que cuando uno lo ve, tiene la impresión que se ha dedicado en alma y vida a servir a los demás. Pero no a servir en el sentido servil de la palabra, sino a servir en el sentido superior que ya se quisieran muchos “servidores públicos” poder dominar. El primer día de estadía pregunta, muy discretamente, en que habitación estás. Me dijo: “no necesita decirlo tan fuerte, es solo para mi”. Y al día siguiente te saluda por tu nombre y titulo y pregunta por la familia, casi nombrando a cada uno de tus próximos y se acuerda exactamente como quieres el café. Ahí arranca una relación increíble de intercambio donde finalmente uno, especialmente al final del día, le cuenta como le fue, a quien vio (personalidades, ministros etc.) y el comenta diciendo: “si, cuando yo lo tuve sentado aquí en mi lounge, me dijo lo mismo”. Por supuesto Carlos, en el lounge de uno de los hoteles de primera categoría de esta ciudad, ha tenido “sentados ahí” a la Reina Sofía, al presidente de este país, a Cheney, a Bush y a unos cuantos más que iré averiguando a medida que pasen los días, las conversaciones y mis estados de ánimo. El también tiene sus confesiones: es un casi-doctor en medicina, como el taxista que nos moviliza a diario que es licenciado en administración de empresas, y muchos otros casos así en nuestras realidades tercermundistas, que vivió en los “estados” o el “norte”, como la mitad de la población que aun reside en este país, que ahora tiene esa pasión por lo que hace, como casi nadie de la gente que vive en este país. Y a partir de ese intercambio nos embarcamos no solo en conversaciones filosóficas –ojo, porque el no es ni taxista ni peluquero- sino en intercambios profundos sobre cosas tales como… ¡los vinos! Cuando supo que yo era francés, entre otras cosas, y conocedor de vinos -por no decir consumidor-, nos embarcamos en un interminable diálogo sobre las cepas, los tipos de vinos etc., todos temas que amamos profundamente. Es esa “atmosfera” lo que ha creado el “club del séptimo piso”. El club del séptimo piso somos todos aquellos que estamos atrapados en este lugar porque tenemos que estar aquí: hay la señora que esta con el marido, me imagino que porque tienen un chiquito de dos añitos que el quiere ver crecer; esta la señora española que acompaña al marido porque seguramente los han trasladado aquí y buscan casa; están los venezolanos que vienen a ver como pueden invertir plata aquí, están los argentinos de turno, y la señora colombiana que le dice a Carlos: “hola, y uste porque se contorsiona tanto para servirme un café, ve”. Si no fuera por el club del séptimo piso nunca me hubiera enterado que la semana pasada hubo una alarma de incendio (que me perdí por estar viajando por el interior del país), donde todo el mundo tuvo que salir en pijama, bajando por las escaleras, para finalmente descubrir que había sido una broma de los muchachos que estaban alojados aquí, participantes del campeonato juvenil de karate que se llevo a cabo en San Salvador. Y por supuesto están los chicos del la recepción quienes me dicen: “buenos días, como esta Sr. Rodríguez”, uno solo dice como le va, y saludan y sonríen y todolodemas. Y también esta Katia, o Katie o como se llame quien me sonríe de tal manera que todos los días hace salir el sol…a pesar que le he contado todo sobre mi vida, mi esposa, mis hijos y del hecho que voy a ser abuelo la próxima semana… Y finalmente eso es lo que uno quisiera de un hotel, pero que nunca consigue: algo que te haga sentir que existes, en medio de este mundo del viaje donde finalmente uno no es nada…Y sino pregúntenle al personal de las líneas aéreas que fueron entrenados, a mi parecer, precisamente para acabar con tu ego. ¿Sera que después de todo ellos son los verdaderamente Zen?

1 comentario:

Yacine Khelladi dijo...

Yo necesito mi café, mucho fuerte y caliente, antes de salir a desayunar, antes de cepillarme, antes de hablar con nadie. Pero en todos los hoteles a través del mundo una constante, o el café es malísimo, o llega frio, o no hay coffe maker en la habitacion, o hasta es illegal hacer tu proprio cafe en tu habitación. por eso o tengo en siempre guardado en mi maleta mi maleta (ademas de cable internet y un mosquitero), mi calentador de agua eléctrico con varios enchifes plugs universal y su transformador 110/220, filtros por si hay que ir manual, un coffe-press de camping que no se rompe, dos cuchratias, y una poquita de azucar por si llegue de madrigada al hotel. Y claro mi cafe molido, de mi cosecha personal (espero me visites en mi loma) Sea en brasilia, bujumbura, kigali, port au prince, roseau o kula lumpur, cairo o amman, en mi habitacion simpre tendras el mejor cafe del mundo. Te espero