18 de noviembre de 2008

Rabat-Sale: dos ciudades, una monarquía

El aeropuerto de Rabat, la capital de Marruecos, es muy pequeñito aunque dicen que están construyendo uno más grande y moderno. Pero tampoco haría mucha razón de hacer algo así ya que, a media hora de autopista, esta el aeropuerto internacional de Casablanca, ese donde Humphrey Bogard hizo su escena famosa, filmada en Hollywood por supuesto, en un aeropuerto de cartón piedra. En todo caso, lo primero que te recibe es el Rey. Si, porque Marruecos no es una República, es un reino y aquí no hay ciudadanos sino que todos, según lo declara la Constitución de este país, son súbditos, salvo nosotros que somos turistas, o sea “el sueldo del país”, ya que el turismo es la primera fuente de ingresos por aquí. La otra es trabajar para el gobierno. Marruecos es país de 30 millones de habitantes, grande como el Uruguay (¿?), pero donde la ciudad más importante no es la capital. Rabat es una pequeña urbe adormilada frente al océano Atlántico, una de las muchas ciudades que este reino, o este reino de reinos, ha tenido a lo largo de su historia. Dicen que el nombre Rabat viene de la palabra francesa “rabattre” que significa juntar. La explicación es que en ese punto se juntaban las mulas para hacerlas cruzar el río e ir a la ciudad del frente: Sale. Porque Rabat no solo esta recostada sobre el océano atlántico sino que además tiene un río que desemboca al mar en ese punto y que la divide de esta otra ciudad igualmente grande que se llama Sale. Claro que hay que estar aquí para enterarse que de hecho estamos en una aglomeración urbana conocida con el nombre de Rabat-Sale. Es un poco lo mismo que pasa con Washington D.C. Aquí en Rabat vive y trabaja el Rey Mohamed VI, se encuentra el parlamento, las embajadas y por supuesto todas las oficinas internacionales. Es una ciudad parecida a Washington: todos funcionarios, todos con sus casas, y todos queriendo salir de aquí apenas se les presente la primera oportunidad. Y como Marruecos tiene ahora que ser una vitrina, por eso del turismo, entonces están haciendo de esta pequeña ciudad, ex-capital administrativa durante el protectorado francés, la más moderna del África según los entendidos. Así que por todas partes se ven obras: el metro subterráneo y el tranvía al mismo tiempo, nuevos barrios administrativos con ministerios, sectores residenciales para albergar a la masa de funcionarios… Todo eso fuera del centro que aun sigue teniendo los edificios construidos por los franceses, y por supuesto cafés y mas cafés donde los nostálgicos marroquíes van a dedicarse a su deporte favorito: tomar café o te a la menta y hablar mal del gobierno aunque no así del rey. El país esta viviendo una etapa de apertura desde la ascensión al poder del nuevo rey. Luego de 40 años de reinado despótico del anterior, Hassan II, que de todas maneras fue quien llevo a pulso al país al siglo XX (aunque solo a los comienzos del siglo XX), aunque a sangre y hierro. Tal es así que mucha gente aun no se atreve a descolgar de sus casas o de sitios públicos la foto del rey muerto porque, como dicen aquí, “aun muerto hay gente que todavía le tiene temor”. Porque, hay que anotar, todo el mundo tiene la foto del rey (en principio del vivo) colgada en su casa y en lugares públicos. Pero no solo en oficinas ministeriales, también en restaurantes, cafés, el cine, en todos lados, como para no olvidarse de quien es el rey. El otro asunto es que tampoco se habla directamente de él. Se habla del monarca, del poder superior, del de arriba, porque según la Constitución, una vez más el rey es descendiente directo de Dios, y eso aquí no es una broma… De hecho en la oficina de la AID cuando nos recibieron nos pidieron, expresamente, que cuando tuviéramos nuestras entrevistas con el gobierno o con cualquier entidad en el país no habláramos ni del rey, ni del idioma, tampoco de la religión oficial, ni sobre el tema del Sahara Oriental, que aun hoy sigue siendo un tema delicado. El nuevo rey entronizado hace 10 años a los 32 años, resume en su persona un poco lo que esta viviendo el país en general. Nacido en Rabat pero criado en España e Inglaterra, cuando llegó al trono casi no sabia hablar árabe, el idioma oficial de este país. Inmediatamente comenzó a dar más libertades -de prensa, de reunión, de crear mas partidos políticos- y concentró su atención sobre la agenda social, uno de los dramas de este país que, pese a estar a las puertas de Europa, aún tiene grandes características de un mundo subdesarrollado y pobre con una economía agrícola y grandes desniveles sociales (el analfabetismo alcanza al 35%). Además, el rey maneja el mismo su carro, asunto nunca antes visto en este país… Claro que atrás de él van, literalmente, unos 50 carros más: la escolta real, porque de todas maneras, Marruecos es un reino. Y es así como ahora, en todo el país, una nueva atmosfera de esperanza se ha instalado, donde la gente ya se atreve a hablar libremente, los medios son mucho más abiertamente críticos, los políticos más atrevidos y por supuesto, donde todo el mundo le hecha -ahora sí-, la culpa al gobierno… Aunque nunca al rey. Sin embargo la gente aún es seria y algo triste. No se escucha música en la calle, no hay el ruido típico de nuestras ciudades del tercer mundo, pero claro, tampoco hay basura, mendigos, ni criminalidad. Bueno, lo de los mendigos no es tan cierto. Lo que si se ve son personas que vienen del “sur”, de países africanos camino al norte, al otro lado del estrecho de Gibraltar buscando la “felicidad Europea” que se encuentra a solo 14 km de Tánger, pero a 8 kmt en Ceuta o Sebta, como se escribe aquí. Esa gente viene en barquitos bordeando el desierto y entra a tierra en los mil kilometros de costa que tiene Marruecos. Y ahí van subiendo poco a poco, viviendo de la caridad a ver si logran llegar a su tierra prometida. Sin embargo no se les ve en cantidades, sino de a pocos aunque se sabe que son muchos según lo que diariamente cuentan los periódicos cuando informan sobre muertes, naufragios y otras historias de horror que, constantemente, ocurren a lo largo de la costa atlántica y el estrecho de Gibraltar.. Todo eso es Rabat, la ciudad donde, básicamente, vive y funciona la burocracia gubernamental, y la política. ¿Será por eso que se quieren parecer tanto a Washington? De mañana todos salen a correr, a hacer jogging, a las 6 de la mañana como en Washington. Claro, hay muchos parques en Rabat y además esta la costanera que se extiende por kilómetros, así que toda la ciudad sale a caminar. Es curioso porque, como en todos lados, la gente se pone sus prendas de jogging compradas en tiendas deportivas caras, por supuesto, para salir con sus mejores galas. Pero también resulta insólito ver a las mujeres con sus tenis, sudaderas y pañuelos en la cabeza, porque son musulmanas. Incluso las hay aquellas que salen a caminar totalmente tapadas porque también son musulmanas… Rabat es una ciudad de múltiples costumbres. Así como se ven mujeres en la calle completamente cubiertas, también se ven totalmente destapadas y por su apariencia, mujeres marroquíes. Es una versión mucho más atenuada del mundo islámico, tanto o más que el Cairo, y eso resulta menos opresivo a la mirada de un extranjero. Claro que no hay que olvidar que los marroquíes no son árabes. Los árabes ocuparon Marruecos, trajeron su lengua y su religión, pero la cultura es muy diferente. De hecho Marruecos fue poblado por los Cartaginenses, los Romanos y luego por las tribus visigodas que bajaron del centro de Europa. Y eso los marroquíes lo tienen muy presente. Además están los Bereberes, que es otro pueblo de origen no árabe que vive en las montanas de los Atlas marroquíes y argelinos y que representan algo así como el 10 al 15% de la población del país. Más bien resulta interesante ver como la conquista árabe fue asimilada de la misma manera que lo fue luego la cultura y el idioma frances. Pero más sorprendente resulta descubrir todo lo que esa cultura y reino del Andalou (que se extendía desde Marruecos hasta el sur de España), nos transmitió a América Latina. El gusto por la vida, el placer de los sentidos, (a propósito la fruta es deliciosa y como no hay grandes cadenas de distribución llega a los supermercados directo de las granjas), la artesanía y las ganas de comer. Eso sí, la música la pusimos nosotros, aunque ellos hayan sido lo que inventaron las castañuelas, que ahí son de metal. Rabat, como muchas otras en Marruecos, es la yuxtaposición de varias ciudades. En efecto. Dentro de cada ciudad hay otra ciudad, más pequeña, rodeada de una muralla: esas son las “medinas” que son, básicamente, ciudades antiguas fundadas por lo árabes. Y en torno a la medina esta la ciudad moderna, siempre con una parte construida por los franceses durante el protectorado, que uno a veces se pregunta si ya termino. Si, porque, a pesar de la imposición del idioma árabe como idioma nacional, el idioma de la gente en las ciudades sigue siendo el francés. Porque el –o los- idiomas son otro de los problemas de Marruecos. A la llegada de los franceses en Marruecos se hablaba un dialecto local de árabe y Bereber (o Amagzir como le llaman ahora) mas otros dialectos locales, muchos, muchos de ellos tales como los idiomas Tuareg y los de otras tribus nómadas del desierto. Los franceses impusieron el francés que ha sido desde ese momento el idioma de instrucción, con lo cual básicamente los sectores campesinos fueron dejados fuera del sistema ya sea por falta de maestros o por falta de conocimiento del francés. Luego, y eso desde hace no más 10 años, se decreto que el árabe seria el idioma oficial y la lengua de instrucción, pero el árabe clásico, como el que se habla en Egipto, cosa que aquí poco se conoce. ¿Resultado? La gente del campo sigue quedando fuera del sistema y en la ciudad los niños siguen teniendo problemas de instrucción porque no conocen ese árabe. Lo que es peor aun porque, cuando finalmente llegan a la universidad, tienen que pasar todo el primer año aprendiendo francés, ya que ahí el idioma de instrucción sigue siendo el francés. Después de todo, estos futuros profesionales terminaran en las universidades francesas haciendo su especialización. Complicado, ¿no? La mala noticia es que esto no es lo único complicado en Marruecos. En este país hay un talento natural para la complicación. Y yo que pensaba que eso era algo típico de Macedonia. Pero, ¿cómo no va a ser complicado un país que aún es una monarquía de derecho divino, y donde el secretario general del sindicato del partido islámico (los “ultras” de por aquí) aún habla de su majestad y se comporta como todo el mundo frente a este tema? Incluso me toco leer entre líneas para descubrir, sin que en ningún momento lo haya expresado con claridad, que en realidad están a favor de un cambio de régimen y el fin de la monarquía como parte de su visión para “salvar” al país. Vaya uno a entender..

Washington: una ciudad de gente que espera, incluso, "salvar al mundo"

Llegar a Washington DC, el lugar donde todo esto surgió es como llegar al centro del mundo, o por lo menos eso es lo que creen ellos. Washington, o “el DC” (Distrito de Columbia) como lo llaman familiarmente aquellos que son entendidos en la materia, (y que también quieren dar a entender que son “insiders” en ese mundo), es un lugar al que se llega por dos razones: o bien eres turista, en general americano y quieres conocer la capital de tu país, concepto bastante foráneo para la gran mayoría de los americanos que están convencidos que el termino “capital” se refiere a la de su estado (70% de los estudiantes secundarios revelaron eso en una encuesta hace unos años atrás), o bien porque vas a querer salvar al mundo, lo cual también puede querer decir “manejar los destinos del mismo”. Yo formo parte de esta última categoría. He estado viviendo, yendo y viniendo al DC durante los últimos 20 años, básicamente, para seguir en contacto con la gente y organizaciones que me permitan seguir salvando al mundo... Bajo este concepto de salvar al mundo coexisten tres grandes comunidades que encuentran su hábitat en el DC: los políticos americanos que van al Congreso, los políticos extranjeros que llenan las embajadas y representaciones acreditadas ante el gobierno americano, y los funcionarios internacionales que pueblan pasillos, salas de reuniones y cafeterías de todos esos edificios dedicados al negocio de la asistencia internacional para el desarrollo, que es una de las principales industrias de esta ciudad. Estas comunidades se mueven en el pequeño territorio en el que se despliega esta ciudad, pero no se topan, no se encuentran ni se conocen entre si. Son tres universos totalmente separados que evolucionan de manera independiente, a pesar de que el resultado de sus acciones, en su conjunto, afecte al resto del planeta... o al menos eso creen (¿creemos?) ellos. Curiosamente, a primera vista desde el avión cuando éste hace su aproximación al National Airport, la terminal doméstica a orillas del Potomac que cruza la ciudad, la metrópoli no impresiona mayormente. No es París, ni Londres, ni siquiera Nueva York. Es una ciudad más bien bajita, plana e inconspicua donde los monumentos, a menos que se esté al lado de ellos, no parecen tan monumentales como uno se imaginaría que fueran en la “capital del mundo”, por lo menos la del mundo occidental. Kennedy, quien no era propiamente un gran admirador del DC, que en esa época se llamaba aún Washington o “washing town” (lavando y pueblo), decía que “tenía el calor humano de una ciudad del norte y el nivel de eficiencia de un pueblo del sur”. Así es. El DC es básicamente una pequeña ciudad de provincia “venida a más”. Sin embargo, eso no le preocupa mayormente a nadie porque, después de todo, nadie esta ahí para vivir. La gente del DC está de paso: los diplomáticos están de paso hasta que los trasladen a otra embajada; los funcionarios de gobierno están, generalmente, por un periodo de 5 años trasladados desde sus Estados para “acumular puntos” que les permitan volver a sus lugares de origen a un cargo más alto; los políticos, aunque quisieran quedarse para siempre, dependerán del voto de sus electores para seguir disfrutando de sus casas en Maryland o Virginia, y los funcionarios internacionales con sus legiones de consultores, también dependerán de que sus organizaciones los mantengan ahí para seguir disfrutando de sus casas también en Virginia o Maryland. Porque esa es otra de las características del DC: nadie vive ahí. Esta ciudad inventada como parte de los acuerdos de paz que terminaron con la guerra civil, fue introducida como una cuña entre esos dos Estados, a pesar de que Virginia volviera después a recuperar de facto la parte de territorio que le correspondía “donar” para construir la capital de la nación. En la noche percnoctan en Washington solamente 600 mil habitantes y en el día flotan cerca de 3 millones. Todo el mundo viene a trabajar al DC pero luego regresan a otros Estados - Maryland o Virginia- para disfrutar de las comodidades suburbanas. Sin embargo el DC es una bella ciudad sin altos edificios, pero con amplias casas rodeadas de jardines y calles sombreadas por frondosos árboles que en primavera y otoño la llenan de color. Gracias a una ley que prohíbe construir edificios que tengan una altura mayor que la del Capitolio, ninguna construcción pasa los 10 pisos lo cual le da mayor relieve a los monumentos y prestancia a los árboles que la rodean. El DC es, básicamente eso: jardines, árboles, bosques (incluso hay uno que atraviesa la ciudad, el Rock Creek Park) y monumentos no faltan... pero no tiene gente! Washington, a través de los años, fue siendo transformada de pequeña ciudad adormilada en capital, a “monumentazo limpio”. Primero se trajeron a un arquitecto francés Mr L’Enfant, para que diseñara un plan urbano siguiendo los preceptos de Haussman, el arquitecto que trazara París a comienzos del XIX. Pero luego le dieron los planos a un ex esclavo negro para que ejecutara los trabajos. Y con esos lineamientos construyeron los edificios monumentales del gobierno federal; enormes mastodontes que con el tiempo y los vientos políticos fueron tomando aires neo fascistas, imitando la arquitectura de esos países que en algún momento de la historia soñaron con ser dueños del mundo. Todo en el DC es grande y monumental. Como no había palacios, se construyó el “castillo del Smithsonian” que alberga las oficinas centrales de ese enorme complejo de museos. Como no tenia catedral, se construyo una que tardo como 100 años en terminarse y fue oficialmente inaugurada apenas hace diez. Y así todo: el zoológico, el Kennedy Center, el barrio de las embajadas, el sector de las organizaciones internacionales, las universidades, el estadio, el metro, el mercado de pescados y mariscos, la costanera frente al río, en fin, todo. Y si embargo, lastimosamente, con todo eso, el DC no logra producir la sensación que debe haber producido Roma o Atenas; esa de ser la capital del mundo, el centro del universo. ¿Será porque le falta la gente? Pero… ¿Donde esta la gente? Se pregunta uno. Y la respuesta es muy simple: no esta. O mejor, está encerrada en sus oficinas durante el día y en Virginia o Maryland durante la noche. Pero en las calles no está. Solo se ve gente al mediodía, cuando salen a comer y los viernes y sábados por la noche, y eso recientemente, cuando vienen al DC a vivir la oferta de vida nocturna que se esta desarrollando como política prioritaria del municipio para atraer gente a la ciudad. Porque el DC es una ciudad de comunidades y de eventos que se desarrollan en el mismo espacio físico pero que no se topan entre si. El sector diplomático “funciona” en el barrio de las embajadas, también conocido como “embassy row” porque la mayoría de ellas están a los largo de la avenida Massachussets. El mundo político se mueve en “Capitol Hill” la colina donde esta el Capitolio y los edificios adyacentes que albergan oficinas de congresistas, lobbystas, comisionistas y todos aquellos que intenten usufructuar de las “oportunidades” que puede traer el estar cerca del centro del poder mundial. Lo mismo sucede con los eventos. Muchas cosas pasan en el DC cada día, pero cada una de ellas afecta solo a una de aquellas comunidades, nada logra hacer “vibrar” a esta ciudad en su conjunto. Así fue como, durante mi estadía en el DC, vino de visita el Papa sin que, como en el caso de otros personajes como presidentes, primeros ministros o grandes artistas, eso hiciera vibrar a la ciudad. El Papa causó trancones en el trafico de la zona por donde iba a estar y “horarios y reglas especiales” en el metro para permitir a la gente desplazarse mas fácilmente al lugar donde dio sus dos misas masivas, nada más. Pero no paso nada diferente de lo que sucede cuando va a haber un juego de los “Red Skins”, el equipo de fútbol americano de la ciudad o un gran concierto de rock. Mi comunidad, la de aquellos que vamos a salvar al mundo, o sea las organizaciones internacionales, funciona en el centro de la ciudad. Ahí entre Foggy Bottom, Washington Circle y Dupont Circle, sectores del centro a donde se encuentran los múltiples edificios del Banco Mundial (como 10), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y sus dos edificios que abarcan una manzana entera, la Organización de Estados Americanos, la USAID, Agencia Americana para el Desarrollo y la infinidad de edificios y oficinas de esa constelación de compañías que ofrecen sus servicios para ejecutar las platas y los programas creados por esta comunidad internacional de donantes. Si, porque esta comunidad contiene a varias comunidades las cuales, a su vez, evolucionan todas en ese sub-espacio, pero no se topan. Uno pensaría que para salvar al mundo hay que estar todos juntos. Pero la realidad es que no es así. El Banco Mundial o “el banco” como le dicen los “insiders”, tiene su comunidad propia de funcionarios, consultores y empresas contratistas. El Banco Interamericano, o BID también, la AID otro tanto. Y así, de donante en donante, de tema de desarrollo en tema de desarrollo (economía, democracia, educación, refugiados etc.) existe una comunidad o sub-comunidad que gravita en torno a lo que pueda suceder. Porque finalmente el DC esta lleno de gente que espera: gente que espera que les caiga el próximo contrato de ejecución, la próxima consultoría, el próximo pago sobre el contrato, el próximo traslado. Y mientras esperan se las arreglan para dar una apariencia de normalidad a su estadía en la ciudad. Entonces van al cine, van al teatro, van a conferencias, porque eso si, el DC es, creo yo, la ciudad entre todas las que conozco en el planeta que más conferencias por metro cuadrado ofrece. Porque, como se lo podrán imaginar, el DC es la ciudad que alberga gente tan importante para la supervivencia del planeta, donde todo el mundo esta supremamente ocupado… ocupado en esperar, no en vivir.