25 de abril de 2009
Más letreros que obras: tras las huellas de Tarzán
Luego del fin de semana salimos al alba hacia un nuevo destino, la “ciudad” de Zorzor en el extremo oriental, junto a la frontera con Guinea. No sabíamos exactamente la distancia, porque aquí los trayectos se miden en horas y en días, no en kilómetros. Llegar a Zorzor nos llevaría todo un día. Luego descubriríamos que ¡solo habíamos recorrido 150 kilómetros!
Si Kakata parecía un pueblo, al comenzar a pasar otros asentamientos más pequeños, nos dimos cuenta que Kakata, en efecto, era una ciudad. La diferencia es que todo lo demás era básicamente hecho de barro crudo, a la vista, y no revestido, pintado y decorado como en aquella “ciudad”. A medida que avanzábamos, nos internábamos más y más en una espesa jungla donde, de cuando en cuando, aparecían pequeños caseríos de barro con una escuelita de cemento y una infinidad de letreros de ONGs y otras organizaciones internacionales publicitando sus obras. Más letreros que obras, por supuesto. Sin embargo aun estábamos en un camino pavimentado; aun estábamos en lo que se podría llamar “civilización”.
La civilización duro hasta que llegamos Gbanga, una ciudad que dice ser, es la más grande de esa región. Habrá que creerlo, porque nada cambió sustancialmente; eran las mismas casas de barro pero muchas, muchas juntas, una al lado de la otra. Lo que si cambio fue que, desde ahí, abandonamos la carretera pavimentada para entrar en lo que, luego aprenderíamos, serian las rutas normales en Liberia: Caminos de tierra.
Ese seria otro mundo: Un mundo mucho más coherente con lo que es este país. Fuimos atravesando en la carretera pequeños villorrios de casas de barro con techos de paja, pero que, de alguna manera, parecían mejor construidos que los que habíamos visto en la carretera. Con gentes y desde luego, con carteles, muchos carteles, de organismos de desarrollo y ONGs, publicitando lo que habían hecho ahí. Sin embargo lo que más impresiona es que la gente ahí se ve…viviendo, si, viviendo como seguramente lo han ido haciendo…desde la época de Tarzán, y mucho antes también.
Las mujeres caminan con su carga en la cabeza; los hombres están sentados, mirando caminar a las mujeres con su carga en la cabeza y los niños, desnudos de la cintura para abajo, con el pipi al aire, aunque solo los varones; las niñas seguramente están recogiendo leña. Todo normal… Las mujeres con sus bellas “lapas”, que es como se llama aquí ese paño que se usan como faldas y que les cubre desde la cintura hasta el tobillo, con su carga en la cabeza y su bebé en la espalda, amarrado con otra lapa. Todo normal.
Resulta curioso ver los contrastes en esa ruta selvática: el color marrón de las chozas de barro y paja, con alguna decoración en sus paredes exteriores, dibujos geométricos trazados con pintura blanca, negra o roja, el verde intenso de una selva sin colores que sobresalgan y las vestidos multicolores de las mujeres, incluso de los escolares, que aquí tiene que usar uniforme, generalmente pantalón o falda azul y camisa rosada! El uniforme se ve bonito, pero cuando uno se pone a pensar que una de esas familias tiene que gastar el dinero de varios meses de ingreso para costear el uniforme que les exige la escuela, una escuela que apenas se tiene en pie, donde no hay nada, apenas una pizarra y un profesor que apenas sabe leer y escribir, suena como absurdo, ¿no?
Cuando uno ya se ha empachado con la primera impresión, entonces se comienzan a ver los detalles. Y el que primero saltó a mi vista fue el hecho de que esas mujeres, con sus bellas telas, andaban por la carretera ¡descalzas! Un par de chancletas, de esas de goma, parece ser el colmo del lujo por estos lados. Solo las llevan la gente que circula por los pueblos y ciudades. La otra cosa que llama la atención es que no se ven cultivos. Estos pueblitos o villorrios están constituidos por un conjunto de casas, más o menos amontonadas, en un espacio claramente arrebatado a la selva, donde no hay nada más que chozas de barro y paja, piso de tierra con hornos de barro y bateas, morteros de madera, vasijas de plástico para el agua y una que otra olla de aluminio o un metal que parece de fundición… y niños, muchos niños que corren descalzos y semidesnudos entre las chozas de barro.
El conductor que nos llevó, originario de esa región, nos contó que en esos pueblitos los cultivos son escasos, y de supervivencia unas matas de casabe (nuestra yuca), y de maíz complementados por las frutas que puedan recoger de la selva (se ve mucha palma, papaya y mangos) y la carne que puedan cazar. También nos contó que en esas comunidades aún persisten tradiciones mágicas ancestrales, como la de los hombres que en la noche salen a la selva y se transforman en panteras o serpientes u otros animales, de acuerdo al “tótem” de su tribu de origen; todo esto dicho muy seriamente, sin sonreír. No había más que creerle.
Y así llegamos a Zorzor, la ciudad fronteriza con Guinea, que, según nos habían dicho, era una capital regional. Por supuesto no había ni una sola calle pavimentada. Estábamos en lo profundo de Liberia. Pero tampoco había ni una sola casa en pie. Todo en ruinas; una que otra pared acribillada de balas, la torre de comunicaciones de la radio local retorcida, mirando al suelo, y una multitud de casitas, dignas de una villa miseria cualquiera en nuestro continente, constituyen la parte urbana de esta ciudad. Eso si, una de esas “casetas” tenia un letrero que decía “Sastrería modelo”, otra “Universal telecenter”, “Business center”, se reparan computadores, etc.etc. Ahí aprendí una palabra nueva:”Lapa Bido”, refiriéndose a los restaurantes que encontramos ahí. Básicamente se trataba de una de esas casetas que tenía por puerta una “lapa”, esas telas multicolores, para hacer más discreto su interior. Nunca entramos porque las condiciones de higiene que vimos nos lo impidió: sin agua, la cocina un fuego de leña en el piso y platos de plástico donde se servía la comida, sin utensilios, lavados en el agua de un balde en el piso. La comida: el menú de siempre; arroz con hojas de casabe cocinadas en una salsa picante y alguno que otro pedacito de pollo o pescado de rio con todo y espinas.
Esta capital provincial esta situada en lo que me dijeran, era una de las regiones agrícolamente más ricas del país: Aquí se cultiva caucho, palma, cocos y cacao, en general para la exportación. Además la proximidad con Guinea al este y Sierra Leona al norte, apenas a minutos de ahí, hace de este lugar un dinámico centro comercial. Y sin embargo…
La pregunta que se imponía en ese momento era: será que siempre fue así, o es que aún no se ha podido reconstruir? Y la respuesta de todo el mundo era que no, que no siempre fue así, sino que las diferentes fuerzas beligerantes en esa guerra interna, esa guerra civil, simplemente se dedicaron a destruir sistemáticamente todo rastro de civilización occidental, como si hubiesen querido borrar todo recuerdo de algo que obviamente no querían ver más. Y sin embargo no pude percibir dolor en la expresión de esa gente, sino mas bien algo así como una profunda desesperanza, como preguntándose: “Que será lo que tenemos que hacer para tener un futuro?”
Como no encontramos donde dormir esa noche (en realidad no había donde) nos fuimos hasta el Instituto de Capacitación de Maestros que íbamos a visitar de todas maneras. Nos alojaron en una de las casas que tenían para los profesores del instituto: un lugar sin muebles, sin luz y sin agua. La sola ventaja es que en esa casa había dormido la presidenta del país cuando se inauguro el instituto un año atrás. Claro, pero para la ocasión pusieron una cama. A nosotros nos toco dormir a ras del suelo…
Al día siguiente salimos a visitar escuelas. Lo mismo que habíamos visto antes, pero esta vez me toco tener una conversación con el presidente de la asociación de padres de alumnos en una de estas escuelitas: Interesante discusión; hablamos de lo que hacían y lo que no hacían. Hablamos de la gente cultivando y exportando materia prima; que el cacao, que el caucho, que el café y el aceite de palma. Entonces yo le conté lo que había sucedido en Ecuador, donde con los mismos productos y cooperación extrajera se había logrado no solo elaborar esta materia prima sino que también mercadearla hasta tal punto que hoy en día en los supermercados en Europa y en USA un puede comprar chocolate con la marca “Ecuador” y café también con marca particular. Y aunque no lo crean me escuchaban como si yo fuera el profeta Elías contándoles una historia. Todo el mundo convencido que “that’s the way we have to go…!”
La última aventura que nos esperaba fue que nuestro carro quedo en pana saliendo de un colegio. Se le fregó el alternador. Por suerte apareció un jeep de otro proyecto que nos arrastro a la ciudad, pero para seguir nuestro itinerario de visitas necesitábamos un taxi. Y bueno, si, hay un taxi en Zorzor, pero solo uno. Y lo tomamos a precio de gringo, para seguir nuestro dia. No les cuento cuanto nos conto, pero hay mas de uno que se hizo la “America” en Africa”.
Kakata: del país inventariado, al país real
Salir de Monrovia toma más de una hora. No porque la ciudad sea muy grande sino porque solo hay una calle que permite salir, y esta pasa por el “red light district”. Lo de luz roja no es por lo que normalmente se piensa (bares y burdeles), sino porque ahí esta el único semáforo de la ciudad. Y es en ese semáforo, lugar donde llega todo el transporte que viene del interior (taxis y no buses, porque aquí no hay buses), donde se juntan los viajeros con la gente que les quiere vender todo lo que no encuentran en sus pueblos. Y entonces se arma un lio de padre y señor nuestro donde uno anda a paso de hombre (o mujer) durante media hora, para recorrer las 5 cuadras que tiene ese famoso barrio.
Pero de ahí ya es ruta libre. Eso no significa que uno puede andar a toda velocidad porque, a menos que uno conozca todo y cada uno de los baches en la carretera, más vale la pena no arriesgarse. No se puede andar a más de 50 km/hora sin arriesgarse a arruinar la suspensión de la camioneta al caer a uno de los enormes baches. Salíamos hacia el interior del país a visitar escuelas y los famosos institutos de capacitación de maestros, los “bebes” mimados del proyecto de la AID.
Kakata, situada a 60 Km de Monrovia, es una ciudad considerada casi peri-urbana con relación a la capital. Algo así como el “gran Monrovia”. Sin embargo, para recorrer esos 60 km, nos tomó una hora y media entre campos llenos de ruinas, producto de la destrucción causada por la guerra, y plantaciones de árboles de caucho. Resulta que este país es uno de los grandes exportadores de caucho de la región. No se como se sitúa en el esquema mundial, pero si se que la “Firestone” tiene plantas de acopio por doquier.
Llegar a Kakata no fue difícil. Darme cuenta que estábamos en una ciudad, si que me costó. Esta ciudad, aparte del “gran Monrovia”, es un pueblo… Pero eso si, con hotel o casa de huéspedes como les llaman aquí. Llegamos al “LA-Best guest house”, el único lugar en la ciudad para recibir huéspedes de la comunidad internacional. Realmente era hotel y discoteca. Habitación con tv, aire acondicionado y baño privado. Pensé, “y bueno, esta bien…”. Solo que energía solo hay entre las 7 y las 10 PM, y el baño no tiene agua! Pero, como el servicio era de primera categoría (por lo menos te cobraban como si lo fuera), en el baño había un tonel de agua y varias “escudillas”, o sea jarritas, y un balde que servía para verter el agua sobre tus partes corporales y así poder bañarte de mañana.
Bueno, no agua, no luz, pero lo que no sabíamos es que también era no comida… De eso nos dimos cuenta porque, llegada la noche, lo único para comer era… Arroz y cerveza… y mucha, pero mucha música que venia desde abajo, de la famosa discoteca. Claro que música a todo lo que daba, pero sin nadie ahí, sin nadie que consumiera. A tal punto que pensamos que toda esa música era para ver si nosotros bajábamos y consumíamos algo. Afortunadamente el generador que daba luz entre 7 y 10 pm, se apagaba puntualmente a la hora indicada, cosa que agradecimos profundamente, no porque se apagara la luz y el aire acondicionado, sino porque la música de abajo se acababa a las 10!
La mañana siguiente nos mostró un panorama totalmente nuevo… Desde el balcón, el único segundo piso en la vecindad, podíamos ver a la gente en las casas, saliendo a sus patios a lavarse con la jarrita, y acicalarse para salir a sus obligaciones cotidianas. Todo lentamente, sentándose y conversando con sus vecinos. Nosotros hicimos lo mismo pero sin conversar con los vecinos… solo esperando el desayuno, cocinado a fuego de leña, donde el agua para el café tardo un siglo en hervir. El desayuno consistió en agua, jugo artificial en paquete, huevos, arroz con papas y pan de paquete, de ese plástico.
De ahí salimos a visitar nuestra primera escuela, que no quedaba muy lejos de donde estábamos. Llegamos a un lugar donde un señor armado de un candado y una llave nos pregunto que necesitábamos. Luego de consultar con el director, abrió el candado y pudimos entrar. Resulta que la escuela se mantiene cerrada bajo llave para que los alumnos no se escapen, pero también para castigar a los que llegan tarde. Llegamos a la oficina del director, una sala sin nada en las paredes y con un techo a punto de derrumbarse y ahí tuvimos una extensa reunión, que más bien fue una confesión. Comenzamos por cosas triviales sobre la escuela (número de alumnos, profesores, etc.) Pero rápidamente la conversación se fue al pasado, a contarnos como había sido la escuela antes de la guerra, lo que había pasado durante la guerra, como había sido utilizada como una base de operaciones por parte de una de las facciones, luego un campo de refugiados y finalmente saqueada por la misma gente de la comunidad que se robó hasta los bancos. Y luego, después de la guerra, tuvieron que ir casa por casa a recuperar los bancos, los escritorios, todo marcado con el nombre de la escuela para la gente que ahora tiene a sus hijos estudiando ahí.
La guerra, esa guerra que sirvió de pretexto para todas las cosas, para que la gente simplemente se volviera loca y perdiera todo sentido de comunidad, y que ahora todo el mundo intenta dejar atrás, sigue estando presente aunque nadie quiera hablar de ella…y todo el mundo la quiera olvidar. Me di cuenta de eso cuando el director simplemente dijo “no quiero hablar más de eso” y asomaron lágrimas en sus ojos.
De las cosas que vi en esa escuela algunas llamaron mi atención. Una de ellas, en medio de las ruinas, fue un espacio, algo así como una pérgola, donde los alumnos se juntan a conversar y a discutir ideas (según ellos a dirimir asuntos) y que se llama el “Palava”, que significa “el lugar de las palabras” y que, según ellos, viene del francés “palabre” que significa discutir. No pude dejar de pensar que esa era una excelente idea: tener un lugar así para tener nuestras discusiones domesticas en casa…
Pero lo que más nos sorprendió fue que ese colegio, tan dañado por la guerra, fue aparentemente reparado pero de tal manera que todo había quedad a medio hacer. El techo fue reparado a medias, los libros, todos quemados durante la guerra, no habían sido remplazados, la pintura seguía descascarada, los servicios higiénicos inexistentes, en fin, todo parecía haber sido hecho a la carrera, sin método y sobretodo sin completar. Recordé que en los inventarios de algunos de los organismos de la ONU encargado de la rehabilitación de la escuela, esta figuraba como “trabajo completado”.
Salimos de ahí a visitar el Instituto Rural de Capacitación de Maestros, la “joya de la corona” del proyecto de la AID. Efectivamente era una “joya”. Impresionante las instalaciones; impresionante la gente; impresionante el compromiso de todo el mundo, profesores y estudiantes, para salir de ahí con la mejor preparación posible y ofrecer una mejor educación en las escuelas de ese país. Todo, fascinante… hasta que comencé a enterarme de toda la historia. En ese proyecto, fruto de la cooperación de varios organismos internacionales, todo estaba a medio hacer pero en los libros figuraba como “completo”, porque había sido inaugurado con poma y boato por las autoridades. El sector residencial para los profesores estaba inhabitado por falta de luz y agua, los estudiantes vivían hacinados en un dormitorio porque en el resto del complejo todavía no había ni luz ni agua, faltaba la comida, no había textos, ni nada, absolutamente nada más que el entusiasmo de la gente. “Bueno” me dije yo, “es un comienzo”…”no se pueden quejar que las cosas llegaran poco a poco”. Pero entonces me enteré de lo peor: ese lugar, en realidad, no había sido creado por el proceso de “reconstrucción” del país, sino que había sido rehabilitado. Ese instituto existía antes de la guerra, fue completamente destruido y había sido reconstruido por las agencias internacionales. Solo que la reconstrucción fue hecha a medias y lo que una vez fue, ahora no era ni la sombra de ese pasado. Todo lo que hubo antes fue remplazado por cosas de tercera categoría, y eso ahora era lo que la comunidad internacional le daba al pueblo de Liberia para enfrentar su desarrollo.
Era inevitable no darme cuenta que estábamos frente a un problema: el de entender, exactamente, cual era nuestra concepción del desarrollo. Y eso que aún no entendía profundamente lo que había sido este país antes de la guerra…
Y fue con ese sentimiento que regresamos a Monrovia, luego de enterarnos que los profesores no habían recibido sus sueldos durante un año, y que todo el mundo para mantenerse, tenia estrategias alternativas; segundo trabajo, trabajo del cónyuge etc. Pero que todo el mundo que trabajaba ahí solo quería seguir enseñando porque estaban convencidos que el futuro del país estaba en la educación… No pude más que compartir sus ideas, aunque no estaba seguro que esa convicción fuera compartida por los “poderes que rigen nuestro destino”, al menos en el planeta.
Regresamos a Monrovia a pasar el fin de semana, con esa pesadumbre en nuestras mentes y corazones.
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