25 de abril de 2009
Kakata: del país inventariado, al país real
Salir de Monrovia toma más de una hora. No porque la ciudad sea muy grande sino porque solo hay una calle que permite salir, y esta pasa por el “red light district”. Lo de luz roja no es por lo que normalmente se piensa (bares y burdeles), sino porque ahí esta el único semáforo de la ciudad. Y es en ese semáforo, lugar donde llega todo el transporte que viene del interior (taxis y no buses, porque aquí no hay buses), donde se juntan los viajeros con la gente que les quiere vender todo lo que no encuentran en sus pueblos. Y entonces se arma un lio de padre y señor nuestro donde uno anda a paso de hombre (o mujer) durante media hora, para recorrer las 5 cuadras que tiene ese famoso barrio.
Pero de ahí ya es ruta libre. Eso no significa que uno puede andar a toda velocidad porque, a menos que uno conozca todo y cada uno de los baches en la carretera, más vale la pena no arriesgarse. No se puede andar a más de 50 km/hora sin arriesgarse a arruinar la suspensión de la camioneta al caer a uno de los enormes baches. Salíamos hacia el interior del país a visitar escuelas y los famosos institutos de capacitación de maestros, los “bebes” mimados del proyecto de la AID.
Kakata, situada a 60 Km de Monrovia, es una ciudad considerada casi peri-urbana con relación a la capital. Algo así como el “gran Monrovia”. Sin embargo, para recorrer esos 60 km, nos tomó una hora y media entre campos llenos de ruinas, producto de la destrucción causada por la guerra, y plantaciones de árboles de caucho. Resulta que este país es uno de los grandes exportadores de caucho de la región. No se como se sitúa en el esquema mundial, pero si se que la “Firestone” tiene plantas de acopio por doquier.
Llegar a Kakata no fue difícil. Darme cuenta que estábamos en una ciudad, si que me costó. Esta ciudad, aparte del “gran Monrovia”, es un pueblo… Pero eso si, con hotel o casa de huéspedes como les llaman aquí. Llegamos al “LA-Best guest house”, el único lugar en la ciudad para recibir huéspedes de la comunidad internacional. Realmente era hotel y discoteca. Habitación con tv, aire acondicionado y baño privado. Pensé, “y bueno, esta bien…”. Solo que energía solo hay entre las 7 y las 10 PM, y el baño no tiene agua! Pero, como el servicio era de primera categoría (por lo menos te cobraban como si lo fuera), en el baño había un tonel de agua y varias “escudillas”, o sea jarritas, y un balde que servía para verter el agua sobre tus partes corporales y así poder bañarte de mañana.
Bueno, no agua, no luz, pero lo que no sabíamos es que también era no comida… De eso nos dimos cuenta porque, llegada la noche, lo único para comer era… Arroz y cerveza… y mucha, pero mucha música que venia desde abajo, de la famosa discoteca. Claro que música a todo lo que daba, pero sin nadie ahí, sin nadie que consumiera. A tal punto que pensamos que toda esa música era para ver si nosotros bajábamos y consumíamos algo. Afortunadamente el generador que daba luz entre 7 y 10 pm, se apagaba puntualmente a la hora indicada, cosa que agradecimos profundamente, no porque se apagara la luz y el aire acondicionado, sino porque la música de abajo se acababa a las 10!
La mañana siguiente nos mostró un panorama totalmente nuevo… Desde el balcón, el único segundo piso en la vecindad, podíamos ver a la gente en las casas, saliendo a sus patios a lavarse con la jarrita, y acicalarse para salir a sus obligaciones cotidianas. Todo lentamente, sentándose y conversando con sus vecinos. Nosotros hicimos lo mismo pero sin conversar con los vecinos… solo esperando el desayuno, cocinado a fuego de leña, donde el agua para el café tardo un siglo en hervir. El desayuno consistió en agua, jugo artificial en paquete, huevos, arroz con papas y pan de paquete, de ese plástico.
De ahí salimos a visitar nuestra primera escuela, que no quedaba muy lejos de donde estábamos. Llegamos a un lugar donde un señor armado de un candado y una llave nos pregunto que necesitábamos. Luego de consultar con el director, abrió el candado y pudimos entrar. Resulta que la escuela se mantiene cerrada bajo llave para que los alumnos no se escapen, pero también para castigar a los que llegan tarde. Llegamos a la oficina del director, una sala sin nada en las paredes y con un techo a punto de derrumbarse y ahí tuvimos una extensa reunión, que más bien fue una confesión. Comenzamos por cosas triviales sobre la escuela (número de alumnos, profesores, etc.) Pero rápidamente la conversación se fue al pasado, a contarnos como había sido la escuela antes de la guerra, lo que había pasado durante la guerra, como había sido utilizada como una base de operaciones por parte de una de las facciones, luego un campo de refugiados y finalmente saqueada por la misma gente de la comunidad que se robó hasta los bancos. Y luego, después de la guerra, tuvieron que ir casa por casa a recuperar los bancos, los escritorios, todo marcado con el nombre de la escuela para la gente que ahora tiene a sus hijos estudiando ahí.
La guerra, esa guerra que sirvió de pretexto para todas las cosas, para que la gente simplemente se volviera loca y perdiera todo sentido de comunidad, y que ahora todo el mundo intenta dejar atrás, sigue estando presente aunque nadie quiera hablar de ella…y todo el mundo la quiera olvidar. Me di cuenta de eso cuando el director simplemente dijo “no quiero hablar más de eso” y asomaron lágrimas en sus ojos.
De las cosas que vi en esa escuela algunas llamaron mi atención. Una de ellas, en medio de las ruinas, fue un espacio, algo así como una pérgola, donde los alumnos se juntan a conversar y a discutir ideas (según ellos a dirimir asuntos) y que se llama el “Palava”, que significa “el lugar de las palabras” y que, según ellos, viene del francés “palabre” que significa discutir. No pude dejar de pensar que esa era una excelente idea: tener un lugar así para tener nuestras discusiones domesticas en casa…
Pero lo que más nos sorprendió fue que ese colegio, tan dañado por la guerra, fue aparentemente reparado pero de tal manera que todo había quedad a medio hacer. El techo fue reparado a medias, los libros, todos quemados durante la guerra, no habían sido remplazados, la pintura seguía descascarada, los servicios higiénicos inexistentes, en fin, todo parecía haber sido hecho a la carrera, sin método y sobretodo sin completar. Recordé que en los inventarios de algunos de los organismos de la ONU encargado de la rehabilitación de la escuela, esta figuraba como “trabajo completado”.
Salimos de ahí a visitar el Instituto Rural de Capacitación de Maestros, la “joya de la corona” del proyecto de la AID. Efectivamente era una “joya”. Impresionante las instalaciones; impresionante la gente; impresionante el compromiso de todo el mundo, profesores y estudiantes, para salir de ahí con la mejor preparación posible y ofrecer una mejor educación en las escuelas de ese país. Todo, fascinante… hasta que comencé a enterarme de toda la historia. En ese proyecto, fruto de la cooperación de varios organismos internacionales, todo estaba a medio hacer pero en los libros figuraba como “completo”, porque había sido inaugurado con poma y boato por las autoridades. El sector residencial para los profesores estaba inhabitado por falta de luz y agua, los estudiantes vivían hacinados en un dormitorio porque en el resto del complejo todavía no había ni luz ni agua, faltaba la comida, no había textos, ni nada, absolutamente nada más que el entusiasmo de la gente. “Bueno” me dije yo, “es un comienzo”…”no se pueden quejar que las cosas llegaran poco a poco”. Pero entonces me enteré de lo peor: ese lugar, en realidad, no había sido creado por el proceso de “reconstrucción” del país, sino que había sido rehabilitado. Ese instituto existía antes de la guerra, fue completamente destruido y había sido reconstruido por las agencias internacionales. Solo que la reconstrucción fue hecha a medias y lo que una vez fue, ahora no era ni la sombra de ese pasado. Todo lo que hubo antes fue remplazado por cosas de tercera categoría, y eso ahora era lo que la comunidad internacional le daba al pueblo de Liberia para enfrentar su desarrollo.
Era inevitable no darme cuenta que estábamos frente a un problema: el de entender, exactamente, cual era nuestra concepción del desarrollo. Y eso que aún no entendía profundamente lo que había sido este país antes de la guerra…
Y fue con ese sentimiento que regresamos a Monrovia, luego de enterarnos que los profesores no habían recibido sus sueldos durante un año, y que todo el mundo para mantenerse, tenia estrategias alternativas; segundo trabajo, trabajo del cónyuge etc. Pero que todo el mundo que trabajaba ahí solo quería seguir enseñando porque estaban convencidos que el futuro del país estaba en la educación… No pude más que compartir sus ideas, aunque no estaba seguro que esa convicción fuera compartida por los “poderes que rigen nuestro destino”, al menos en el planeta.
Regresamos a Monrovia a pasar el fin de semana, con esa pesadumbre en nuestras mentes y corazones.
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