26 de noviembre de 2007
El juego del conflicto armado de Nyala
Pensé que Nyala también era una ciudad al borde del desierto, pero me equivoqué. ¡Incluso tiene dos ríos que la rodean! Bueno, eso fue lo que observé desde el aire. En realidad, al aproximarnos para aterrizar, me pude dar cuenta que los dos ríos son grandes cauces, ¡pero secos! Aunque luego me enteré que en la estación de lluvias rebalsan de agua a tal punto que no se pueden cruzar. Si, porque no hay puentes en Nyala. Hay que esperar que baje el agua para cruzar, de la misma manera que ahora que están secos, hay que cavar en los lechos para ir a buscarla.
Para llegar a Nyala volamos desde Khartoum durante 3 horas con una parada intermedia en lo que se considera, la tercera ciudad más grande de Sudan: El Obeid. Digo así porque, viendo la ciudad desde el aire, me vuelvo a preguntar: “Si esta es la tercera ciudad más grande, ¿donde esta la gente?” El Obeid es más bien un pueblo grande que una verdadera ciudad. Con sus calles de tierra, su avenida principal asfaltada, su trazado perfectamente cuadriculado. Me estoy empezando a hacer una idea y es que, en algún momento, en alguna parte, debe haber habido un plan para desarrollar todas esta ciudades.
Desde Obeid, volamos durante dos horas más por una inmensa planicie salpicada de vegetación de matorrales y, de entre los cuales, surge de tanto en tanto un Baobab, ese enorme árbol semejante al Ombu argentino, y que forman islas en medio de esta planicie interminable. Esa estepa vegetal vista desde arriba, es recorrida por “cauces verdes”, probablemente, huellas de ríos subterráneos ya que, en la estación de lluvias, toda esta inmensa planicie se inunda creando ríos caudalosos, como si la tierra se transformara en un potencial e inmenso granero. Viendo eso uno se pregunta, “¿como es posible que haya en este país conflictos alrededor de territorios, si es tan enorme y tan vacío”?
Otra cosa impresionante es que, desde el aire, se ven pueblitos de un centenar de casas dispuestas de manera concéntrica, pero no se ven caminos que lleguen o que salgan de estos. Luego me entere que es así, no hay caminos y en esta planicie cada vehículo elige su propia huella. No así los camellos y mulas que siempre caminan por la misma senda.
Finalmente llegamos al aeropuerto internacional de Nyala. Bueno, hasta ahora no ha habido ningún aeropuerto al que haya llegado, en este país, que no haya sido internacional. Tal vez el de Kurmuk, el del árbol, básicamente porque no tenia ningún cartel. ¿Será que les llaman aeropuertos internacionales por la cantidad de gringuitos que llegan a estos?
Una vez más, el aeropuerto es un edificio de los años 50, bien construido pero con poco mantenimiento y lleno de helicópteros de las NNUU en la pista. Una vez más me espera una 4x4 de la oficina y, una vez más, el aeropuerto queda a kilómetros de distancia de la ciudad.
Esta es una ciudad que dicen, tiene unos 2 millones de habitantes. No tiene un solo edificio de más de dos pisos, y por eso se ve inmensa en extensión. Difícil saber, porque en Sudán no se hace un censo desde hace mucho tiempo. ¿Como contar a toda la gente si para llegar de un lugar a otros de este país cuesta tanto? Así que todo es aproximado. Se habla de un censo el próximo año, antes del referéndum que decidirá la eventual independencia del nuevo país, Sudán del sur o como se lo vaya a llamar. Pero muchos se oponen porque, aún la gente que se supone que es del sur y por lo tanto debería ser contada en el sur, no ha logrado desplazarse hasta allá, por lo que serían contados como habitantes del norte. Y si, después de todo esto es Sudán…
Lo que si se ve enseguida es que esta es una ciudad vibrante, una verdadera ciudad. Claro, en torno a ella hay una serie de campos de refugiados o, como se los llama aquí de “personas desplazadas internamente”, IDP (internally displaced people). Es una ciudad bien trazada, con avenidas anchas, pavimentadas, con sus casas ordenadas, con aceras marcadas, y con su mercado, su universidad, sus cuarteles y… su barrio de ONG. Aquí también hay un boom de la construcción porque también va a llegar un contingente de UNMID, la nueva fuerza de NNUU. Y en sus calles se ve un constante tráfico, carros pequeños, todos coreanos, en su mayoría taxis, camiones más o menos destartalados, y los tradicionales carritos tirados por asnos, pero esta vez, cargando heladeras, lavadoras y hasta un plato enorme de TV satelital… Eso si, no vi, en todo ese tiempo, un solo convoy militar. Unas cuantas camionetas cargando policías, pero nada más.
Y esta el mercado a donde me llevaron a comer “asado”. Y los asados son como los nuestros: toldos con parrillas hechas de alambre donde ponen, sobre fuego de carbón, unos cabritos enteros sazonados con ajo y que huelen como los dioses... y saben mejor aún. Claro que el asado en vez de comerse con vino tinto, se come con té o con “bebsi”. Y bueno, cada uno su gusto, ¿no? Eso sí, que no te sirven los pedazos de carne asada sino que pican todo chiquitito y lo sirven en bandejas con ensalada de tomates, pepinos y cebolla que es deliciosa y te hace agua la boca... ¡Dios mío que stress!
Y sí, porque Nyala, supuestamente, es el centro de la tensión y la violencia del conflicto armado que abruma a Darfur. Y ya que estamos en esto, debo explicar este famoso conflicto, hasta donde he podido entender y presenciar.
Todo el lío comenzó cuando, como consecuencia de la guerra entre el norte y el sur, los darfurianos se dieron cuenta que la única manera que el gobierno central les parara bola era haciéndose los bravos con armas en la mano. En efecto. Como dice la gente aquí, para hacerse escuchar la única manera es con un rifle debajo del brazo. Como los del sur eso fue lo que hicieron, básicamente, para ver si el gobierno central, que se queda con todas las riquezas del país, les convidaba a un pedazo de la torta. Como el gobierno central estaba ocupado en otra cosa, la guerra en el sur, entonces, no encontró otra cosa mejor que darle armas a un grupo de nómadas del norte (supuestamente árabes, aunque no olvidemos que aquí hasta los árabes son negros), para que sembraran el pánico y dejaran el despelote como una manera de controlar esa supuesta rebelión. Pero a estos los árabes (que aquí llaman Janjaweed), que de ordenados y disciplinados no tiene nada, no se les ocurrió mejor cosa que aprovechar la bonanza para hacerse de unos pesos, (unos mangos dirían en Argentina), y en vez de hacer terrorismo político, se pusieron a asaltar las poblaciones que encontraban. Y así, en vista de que la cosa se les fue de la mano, el gobierno decidió que sus aliados eran ahora bandidos y los empezó a combatir, con lo cual el despelote se transformo en caos. Y como en todo caos que se respete, se impone la norma de “a río revuelto, ganancia de pescador”. Esa en resumen es la situación. Nada que no hayamos visto antes, ¿verdad? .
Entonces llegó la comunidad internacional. Porque en vista que esto se trasformó en caos, que en lenguaje internacional se dice “crisis emergente” había que intervenir para ayudar. Así fue como inventaron los campos de refugiados, donde la gente se transformó en “desplazados internos”. Y a estos había que darles comida, y se trajo el programa mundial de alimentos; y proporcionarles condiciones “humanas” de vida, y se trajeron a los gringuitos para enseñarles a comer una dieta balanceada; y a vivir con higiene y a vacunarlos contra enfermedades cuyos nombres, los lugareños aun no conocen. Todo bien.
Pero el problema es que, rápidamente, la gente, que será pobre pero no tonta, vio el negocio en toda esta situación. Porque si algo tienen los sudaneses es alma de comerciantes, sobretodo en esa región: mercaderes y ganaderos, llevando y trayendo caravanas y ganado por siglos de los siglos, amen.
Lo primero que descubrieron es que las ONG traen carros súper buenos, 4x4 las cuales, luego de un par de “robos” que aquí les llaman “car jacking” o secuestros de carros, les dieron instrucciones a los chóferes de entregar los vehículos sin oponer resistencia. Después de todo, siempre pueden traer más. Entonces el negocio es que, te coges uno de esos carros y te lo llevas a Tchad, que queda aquí nomás y por el te pagan U$S 5,000. Negocio redondo en el que no pierde nadie. Después de todo, la comunidad internacional tiene tanta plata que no les hace mella. Y tienen toda la razón.
Luego, en los campamentos que son básicamente grandes poblaciones, con sus casitas prefabricadas, bien ordenaditas, construidas por la comunidad internacional y que no tiene ningún tipo de cerramiento, la gente recibe sus raciones del Programa Mundial de la Salud. Ellos, los refugiados, pacientemente juntan sus raciones, generosamente calculadas para que tenga una buena nutrición, siguiendo parámetros internacionales, decididos seguramente sobre la base de la alimentación de un ciudadano del norte. Cuando tienen unos saquitos juntaditos, salen al mercado local y los venden, para comprarse una tele un poco superior, o bien, en el mejor de los casos, se toman el micro y se regresan a su poblado en donde, con esa comida, pueden aguantar el tiempo necesario para sembrar y esperar a la próxima cosecha. Otra vez, también tienen toda la razón.
Es un juego que les conviene a todos, porque la comunidad internacional TIENE que gastarse la plata, y es mucha, y ellos tienen que volver a vivir en la normalidad de sus comunidades, pero sin dejar de lado el maná que les cae del cielo literalmente. Si Moisés lo hubiese sabido, en vez de errar sin rumbo por el desierto hubiera llamado a las ONG! y así, todo el mundo esta contento: las familias tienen a su gente en el pueblo y algunos en el campo de refugiados, para conseguir las raciones “que vienen del cielo”. También tienen a los hijos mayorcitos estudiando en la universidad de Nyala, bien dotada de colegios e institutos de educación superior. Y los gringuitos tienen donde ir a hacer sus primeros pinitos y comenzar sus carreras en el mundo del desarrollo. Finalmente, está la prensa internacional que tendrá, entonces, cómo vender su producción. Todos tiene razón y todos deberían estar contentos.
También yo. Después de todo y gracias a todo esto, he podido tener el privilegio de conocer este país.
Las dos El Fasher
Salimos de Khartoum en un avión de 20 pasajeros con destino a Darfur, región al oeste de Sudán, en el borde o más bien, en medio del desierto, y que se ha transformado en uno de los centros de atención mundial por el conflicto armado y el drama humano que se desarrolla en ese lugar. Es de imaginar entonces que sentía una cierta aprehensión ya que, aún están en mi memoria dolorosos episodios vividos en Ruanda durante la guerra.
Volamos durante dos horas sobre un desierto enorme y vacío, salpicado de cerros aislados y no muy altos, hasta que, a juzgar por los grandes rectángulos de campos agrícolas, ahora abandonados a causa de la sequía y tapados por la arena, presentí que estábamos llegando a El Fasher. Fuera de arena y desierto no pude ver nada más; nada que me indicara lo que podría haber ahí abajo, ni de qué tamaño podría ser esa ciudad. Nos quedamos siete personas y el resto siguió a Geneina, otro pueblo más perdido aún en las arenas del Sahara.
Sultán el Fasher, la ciudad, deriva su nombre de la palabra “fasher” que significa lugar de reunión, concilio o parlamento. Esta ciudad, de hecho, no estaba en el “fin del mundo”, sino muy en el centro de ese sultanato. Un lugar donde sesionaba el consejo, o asamblea -o como se llamara- el organismo que ayudaba al Sultán a gobernar.
La 4x4 que llegó retrasada, tomó la carretera rumbo a la ciudad. Todo era arena y desierto hasta que comenzamos a ver las primeras casas, todas blancas de adobe revestido con estuco y galerías sombreadas, que las separaban de la arena de la calle, construcción típica de las ciudades del desierto. Podía haber sido un pueblito en el sur de Marruecos, en Argelia o en el norte de Malí. No cabía duda, estábamos en el Sahara. Por las calles comencé a ver por primera vez gente montando camellos y los típicos carritos tirados por asnos pequeños que uno se pregunta, de dónde sacan fuerza para tirar ese carro. Todos los hombres con su “jellaba” blanca, las mujeres arropadas con telas multicolores y los escolares con sus uniformes azules veteados como los uniformes de camuflaje que usan los soldados en la selva.
Cruzamos el pueblo, un pueblo dormido bajo el sol, y nos adentramos en lo que ahora es un barrio de El Fasher, llamado el barrio de las ONG, un mundo totalmente diferente, hasta que llegamos a nuestro “compound”. Si, porque ya estábamos en una región de Sudan donde se acabaron los hoteles y hasta los prefabricados de los agencias internacionales; ahora se llega a los “guest houses” (casa de huéspedes) de los “compounds” de las diferentes ONG. Nosotros llegamos al nuestro, un “compound” como todos los demás: un recinto cerrado rodeado de altos muros coronados con alambre de púas, de los que sobresalen, típicamente, la antena de radio y el plato del VSat. En general en esos lugares, oficinas y viviendas, se encuentran en el mismo recinto como en Juba. La diferencia es que, entrando en el recinto, nos encontramos nuevamente en USA. Todo gringo: la cocina, la heladera, los productos de comer, la tele, las sillas, el aire acondicionado, todo. Luego me enteré que eso es un requisito… me imagino, para atraer a los gringuitos a vivir su experiencia de “exotismo” en lugares como Darfur.
Ahí fue que me inicié en la ciencia de vivir en dos lugares a la vez.
El Fasher, es una ciudad de desierto, pequeña, provincial llena de encanto… y de arena, que duerme de día y despierta al atardecer o muy temprano en la madrugada. Es la típica localidad cruce de caminos y de caravanas, llena de pequeños comerciantes que venden contrabando en sus puestos callejeros: relojes, radios, anteojos, zapatos, ollas, sartenes y otros artefactos de cocina made in China. Además, tiene un mercado hecho de carpas pegadas unas de las otras formando un inmenso techo, un poco más alto que un sudanés que son bastante altos, y donde se acumulan cerros de las más variadas y olorosas especias. Esa región es una gran productora de goma arábiga, karkadet (hibiscos o flor de Jamaica, blanca y roja), además de azafrán, incienso y otros productos multicolores de nombres impronunciables. Me sentí transportado a las mil y una noches. Al lado del mercado de las especies, esta el de las verduras y luego el de las carnes, y luego el de los cueros, para terminar en el del ganado, una inmensa planicie llena de camellos, cabras, ovejas y una que otra vaca. Si, porque el mercado de El Fasher, como el de cualquier ciudad cruce de caravanas, es inmenso.
Ahí me enteré que El Fasher es un lugar de cruce de caravanas. Hasta ahí llegan y de ahí parten grandes cientos de camellos que llevan goma arábiga a Malí, República Centro Africana y hasta Níger, para ser exportados desde ahí a los centros industriales en Europa y USA. También salen caravanas que van a Libia, país cuya frontera queda a solo 60 km. al norte y por donde salen todos los productos que serán exportados por vía marítima a Europa. Es fascinante ver como, finalmente, el desierto no es una barrera sino un inmenso océano de arena por donde navegan estas caravanas sin fronteras y sin dificultad.
El Fasher es una ciudad de comerciantes ricos. La riqueza se mide en camellos, así como la dote que se debe dar para conseguir una esposa. Porque aquí la esposa no se compra, como en Abyei, sino que, como en los países “civilizados” como los nuestros, se intercambia por una dote. Un comerciante puede tener desde cientos hasta miles de camellos, los cuales, en promedio, valen U$S 2,000 cada uno. Y si, como en toda ciudad de comerciantes, ahí corre dinero, mucho dinero. No se ve en términos de ostentación material, aunque me enteré que muchas de las telas multicolores que usan las mujeres para sus ropajes son importadas desde Arabia Saudita o de Suiza, y que los hombres, con sus jellabas, cargan rolex de oro y carísimos lentes de sol. Ese es El Fasher, la ciudad al borde del Sahara.
Pero esta el otro El Fasher, la ciudad de las ONG, que están ahí para dar asistencia a esta pobre gente victima del terrible conflicto armado que las afecta. Ahí me dijeron que hay un toque de queda y que no se puede salir a la calle después de las 10 PM (ahora lo cambiaron para las 9), que hay que tener cuidado con los vehículos y que, sí lo paran para quitarle el vehiculo, hay que entregar las llaves y no oponer resistencia, y que al día siguiente tendría que asistir a un “security briefing” en las oficinas de NNUU. Que tampoco se puede tomar fotos, porque es peligroso, y que solo se puede ir a comer a lugares “seguros” etc. etc. etc. etc.
Sin embargo, no todo es terrorífico en el mundo de las ONG. También hay las fiestas que son anunciadas en la “reunión de los cigarrillos”, después del briefing de seguridad. Como ahí están todas las ONG, luego de la reunión oficial, salen al patio y se quedan media hora fumando, (muchas ONG son europeas y los gringuitos que mandan aquí, me imagino, fuman para ‘no ser menos que los demás’) y, conversan sobre los informes que tienen que enviarse los unos a los otros y a donde va a ser la fiesta del próximo fin de semana. Además de eso los martes, en el “American house”, es la noche de cine de los americanos, los jueves, en GOAL -la ONG irlandesa creada por un millonario fanático de fútbol y por eso le llamó “Goal”-, también hay noche de cine. Los demás días hay invitaciones a comer. Chévere, en dos días en El Fasher tuve más vida social que en un mes en Khartoum.
La comida, eso sí, puede ser un problema. En El Fasher solo hay dos restaurantes, por lo menos restaurantes donde “se puede comer”. Uno es Marsland y el otro se llama la Rotonda o algo así. Son los únicos restaurantes donde sirven pizza, espaguetis, hamburguesas y cerveza sin alcohol. Todos los demás tienen solo comida local. Es un pueblo tan “dejado de la mano de Dios, que ni siquiera tienen restaurante Chino”.
La intersección entre las dos ciudades “El Fasher” la comencé a entender, primero, cuando fui al “security briefing” de NNUU y luego, cuando me atreví a salir solo a la calle, a recorrer la ciudad, en carro, pero solo con gente local de la oficina. Los gringuitos no me quisieron acompañar.
En la reunión de seguridad se habló básicamente del incidente de la semana. Un camión que fue robado un día y apareció al día siguiente sin la carga, que era básicamente comida. El otro incidente de seguridad es que se robaron un taxi y apareció, también al día siguiente, a pesar de que aún no se sabe donde esta el chofer.
En mi caminata fuimos al mercado a ver artesanías. Iba con la cámara fotográfica en la mano, mientras los niños me decían “photo mister”, no para pedirme plata, sino para que les tomara una foto, nada más. La gente sonreía cada vez que tomaba una, pero claro, recomendándome que no tomara fotos al cruzar frente a un cuartel militar… Sin embargo, como no me atreví a tomar todas las fotos que quería, al día siguiente le pedí a un colaborador de la oficina que me hiciera algunas fotos de la ciudad. Regresó con la cámara llena de fotos de lo que el quiso mostrar: imágenes del mercado, pero también de los restaurantes donde no van los internacionales, de carros, taxis, los relojes de contrabando y los lentes de sol...
Finalmente, regresando a nuestro barrio de las ONG, pasamos por un sector lleno de casas en construcción. Enormes casas, las que, a juzgar por sus portones y murallas estaban siendo construidas para nuevas ONG. Y así era. En poco tiempo llega una nueva fuerza “de paz”, la UNMID, United Nation’s Mission in Darfur que alojará un gran contingente para el cual se están construyendo casas que serán arrendadas por un mínimo de U$S 5,000 cada una. De hecho, por estos días, no se puede conseguir nada por menos de ese precio en el barrio de las ONG. Que bien, me dije para mis adentros, de la misma manera que en Kosovo, en Macedonia y en cuantos otros lugares más, estamos contribuyendo a la creación de una nueva clase media en El Fasher.
Así fue como logré sobrevivir eso tres días en el corazón del conflicto de Darfur. Cierto es que El Fasher hoy en día esta mucho más en calma que Nyala, mi próximo punto en este viaje. Pero aun así, es considerado un lugar “peligroso”.
Y si no me indigesté con la pizza, no me asaltaron con los precios de las artesanías en el mercado y no me enfermé escuchando, en las interminables charlas en las cenas con los gringuitos, sobre lo terrible que es estar aquí y cuanto echamos de menos nuestros lugares favoritos en California, Londres o Copenhage, es que tuve suerte y logré salir ileso de mi experiencia en El Fasher...
El Fasher, noviembre 19 de 2007
19 de noviembre de 2007
Abyei, el corazón de Sudán
No me di cuenta que habíamos llegado a la ciudad de Abyei hasta que me dijeron que ya estábamos ahí. No podía adivinarlo porque, lo único que veía, era un mar de chozas que se perdía en la distancia. “Un pueblo grande” pensé. No, eso ya era Abyei.
¿Y este es el lugar donde esta el corazón de Sudan?, Me pregunte en silencio. Y así es. Por las circunstancias históricas recientes, la guerra dejó a Abyei, como el punto más al sur del norte y más al norte del sur. Una ciudad pequeña que fue, casi que completamente, abandonada durante la guerra. Hoy la gente se precipita por volver, y esto, por muchas razones: porque quieren hacer de esta ciudad un modelo de lo que podría ser el sur, ese país que se inventa todo los días; porque es la mayor ciudad de la región petrolera y porque ese es un punto de concentración de grupos de pastores y ganaderos considerablemente prósperos y poderosos en Sudán.
Así que, de repente, toda la atención de este enorme país de 2 millones y medio de kilómetros cuadrados (o sea dos veces y media el tamaño de la Argentina, y no uno, como me habían dicho antes), de 32 millones de habitantes (que no se donde están porque, fuera de los ocho o diez en Khartoum, no se los ve en ninguna parte), se concentra en esta pequeña ciudad donde se puede decidir que en los meses que vienen, habrá paz o la continuación de la guerra, dependiendo de lo que pase. ¿Y que es lo que tiene que pasar? Sencillo. Tiene que haber luz, agua, escuelas, gente con trabajo, pasto para los animales, espacio para que los agricultores siembren sin pelearse con los ganaderos, mujeres bonitas y solteras para casarse... Todo eso tiene que pasar. Es por eso que nosotros vamos ahí; no a encontrar mujeres para casarnos, sino para llevar la luz. Vamos a instalar un generador y a reparar el tendido eléctrico que, por viejo y por la guerra, dejó sin luz a Abyei. Porque finalmente la paz en Sudán no se dará por conferencias o acuerdos, sino cuando todo el mundo tenga para comer...
En la ilustre ciudad de Abyei viven 5 mil familias distribuidas en 5 bomas o barrios, de los cuales solo 3 tienen red eléctrica aunque no funcione. Que ya es un problema. Tiene además solo cuatro casas de construcción sólida: el colegio de niños, el de niñas, la oficina local de coordinación de ONG del ministerio del interior y la oficina de la comisión local de rehabilitación y desarrollo. Ese es otro problema. Lo que si tienen son 25 campamentos (compounds) prefabricados que albergan a organismos donantes. También, es un problema. Todo lo demás son chozas que es donde vive la gente, la gente de verdad, la gente de Abyei y la gente que, día tras día, no cesa de llegar.
¡Ah! y burros. Burros por doquier, que se pasean por las calles, o más bien, por la avenida principal, por el mercado que esta en la avenida principal, por los “restaurantes” y las tienditas, que como ya pueden haber adivinado, también están en la avenida principal. Los burritos, esos típicos, pequeñitos, sobre los cuales se pasean los árabes de las fotos, duermen atravesados en la calle principal y miran con cara de “que impertinente despertarme a esta hora” cuando pasas cerca.
Lo también tiene esta ciudad es gente extremadamente alta... y bella, especialmente mujeres, que parecen tener fama de ser bonitas. De hecho, nos explicaron el proceso contable para poder pretender una mujer, es decir, para comprar una mujer. Básicamente para casarse hay que dar una dote en ganado, correspondiente al valor de la mujer. Y he aquí la escala: el precio, perdón, el valor base de una mujeres de 27 cabezas de ganado, o sea de vacas. Si la mujer es alta, son 20 vacas más. Si tiene un espacio entre los dos dientes delanteros, que aquí es considerado un signo de belleza, son 10 vacas más. Si su piel en más clara, 15 vacas más. Y así, de detalle en detalle, se va llegando al “nivel de esfuerzo necesario para conseguir a la mujer de los sueños”. Así, estamos hablando de mujeres que pueden costar 300 cabezas de ganado. Ahora bien. La moneda tampoco es cualquier moneda; hay una escala. Se prefiere ganado de colores claros, blanco o marrón claro y no ganado negro, porque esos son más difíciles de vigilar de noche. Me imagino que, si pagas con ganado negro, debe haber un recargo por concepto de riesgo en la operación (¡!!)
Cuando hablo de ganaderos, no hay que imaginarse a los actores de bonanza ni de las telenovelas mejicanas: estos son negritos, altos si, para poder vigilar el ganado por encima de los altos pastos de la región, me imagino, vestidos sin mucho más, sin ostentaciones de riqueza como en las películas sobre el África. Pero lo que no te dicen es que están forrados en plata. Es gente que tiene entre 500 y 2,000 cabezas de ganado y a veces más, en particular, los que tienen más de una mujer. Y si, porque aquí también hay gente pobre y gente con mucha pasta, se verán negritos, no muy bien vestidos que cuidan a su ganado caminado tras sus vaquitas. Pero, curiosamente, cuando no están en eso, están en sus 4x4 camino a la capital, o en Londres!
Nosotros, como buenos latinos, herederos de ese “querer aparentar” que nos inculcara el Quijote o el Lazarillo de Tormes, podemos no tener un duro, pero eso sí, camisa y jubones lujosos, aunque estén gastados. Por eso me resulta difícil entender que, cuando hablo y miro la pinta de “trabajador agrícola” de “Fufu”, - el contratista dueño de la constructora que hace la casa para las oficinas de la nueva compañía eléctrica (y la 5ª construcción sólida de Abyei)-, me resulte difícil creer que también esté construyendo edificios en Khartoum y que me hable de su último viaje a Londres y sus estudios en Europa. Evidentemente, le importa un bledo la camisa nueva y el jubón...
Y si, aquí hay gente rica, gente pobre, gente miserable y gente con plata... como en todas partes. Pero también corrupción, funcionarios incompetentes, médicos poco éticos que juegan con tu salud, y policías buenos, amigos de la comunidad. Hospitales miserables y clínicas súper modernas y caras. Y sino, hay también gente que se va a tratar al Cairo, a Ryad o a Londres, después de todo esta fue colonia británica.
Pero así como hay gente con plata que la usa para todo ese consumo, hay gente con plata que no sale de su lugar: el comerciante o el pastor que tiene su dinero invertido en ganado, que lo usa para conseguir a sus mujeres y quien sabe que otras cosas más. Porque en un país donde no hay juego ni alcohol, ni prostitución, en realidad no hay como gastarse la plata. En Egipto la gastan en comida y joyas, pero aquí todos son delgados y no muy arreglados, excepto en la capital.
El día que pasamos en Abyei, tuvimos reunión con la directiva de la futura compañía eléctrica; un grupo de personas bien vestidas, que después averigüé, trabajaban todos para oficinas locales del gobierno central u organismos internacionales. Todos habían estado afuera en algún momento de sus vidas. También me reuní con la gente que estaba ahí como parte de programas de cooperación de las NNUU, todos gringuitos, mal vestidos y malolientes, recién salidos de la universidad y que veían esta aventura en Sudán como su gran comienzo de carrera, de su carrera internacional. “Que mundo”, pensaba yo acordándome de Discepolo; que mundo al revés.
Al anochecer fuimos a comer al mejor restaurante de la ciudad, una carpa, ya lo adivinaron, en la calle principal y a buscar fruta que no conseguimos, para el viaje de regreso temprano a la madrugada. No hay fruta en Abyei, solo carne, queso y pan.
A la madrugada siguiente, salimos a las tres y media de la mañana, para hacer, en 7 horas, los 500 Km. de camino recto, lleno de aves incrustándose contra el parabrisas y de polvo que nos llevaría al aeropuerto de Kadugli, para tomar el avión de regreso a Khartoum, solo parando una vez, para poder “poner la inyección” que es la manera “metafórica” como le llaman al hacer pis.
Abyei, noviembre 12 de 2007
13 de noviembre de 2007
Tierra de Negros
Sudán es el nombre que los árabes le dieron a este país y que literalmente quiere decir “tierra de los negros”. Viene de “Sudd” que significa negro y de “al” que, me imagino, es algo así como una aseveración-exclamación, como “a la puchas”, “a la pipeta” o “fíjate a la hora que llegas!”.
Salimos de Kadugli para hacer siete horas de carretera, que en realidad fueron siete y media, porque paramos a comer. En general en Sudán hay tres tipos de carreteras: las buenas, de tierra, anchas y rectas; las malas, de tierra, angostas, con hoyos y rectas; y las carreteras petroleras, relativamente buenas, relativamente sin hoyos, relativamente rectas, pero eso si, llenas de camiones, de puestos de control y de gente.
Abyei era nuestro destino final. Cuando digo el corazón de Sudán, lo digo por más de una razón: Abyei es una ciudad que ahora queda en el límite entre el norte y el sur. Ciudad provincia, abandonada durante la guerra, repoblándose rápidamente ahora, lugar de confluencia de varios grupos étnicos, en general nómadas pastores, es una ciudad ganadera y de “reconciliación nacional”, o sea donde se vive la realidad de la posible coexistencia del norte y el sur. Corazón, no solo porque queda “in the middle of nowhere” sino también porque Abyei es, hoy en día, el lugar donde toda las miradas están enfocadas, donde se podrá constatar si el proceso de paz planteado va a funcionar, y también, porque esta en el corazón de la zona petrolera que tiene concesionada los chinos y que, en este momento, provee el “sueldo del país”, o a decir de algunos, “el sueldo de los que manejan el país”.
Nos adentramos en un paisaje africano, verdaderamente africano. No como el de las películas de Tarzan, con esa selva hecha en Hollywood, sino más bien, como el de “Elsa, la leona de dos mundos”, una película famosa filmada en Kenya, al ladito de aquí. La carretera, una recta totalmente recta, con alguna curva solo cuando el ingeniero que trazaba los planos se distrajo por una llamada telefónica, era de tierra, pero bien trazada. Tan bien trazada que permitía recorrerla con velocidades entre 80 y 120 Km. por hora, siempre y cuando se pudiera ver con anticipación los “camellones” o “lomos de toro” o “chapas acostados” que marcaban la llegada de un puesto de control, y se pudieran espantar a tiempo la cantidad de pájaros posados en ella.
Porque, a diferencia la película “Elsa, la leona de dos mundos”, aquí la fauna avícola es impresionantemente abundante. Pájaros, pajaritos y pajarracos de todos los tamaños y colores. Bandas de loros rojos y azules, halcones, buitres y marabúes de más de un metro de alto, parados en la carretera por alguna extraña razón. Bueno, la razón estaba alrededor de ellos. Toda esta planicie estaba inundada hasta perder la vista: estábamos al final de la estación de lluvias, y a pesar que las carreteras estaban secas, o sea pasables, el suelo compacto y arcilloso de esos parajes filtraba el agua muy lentamente. Era un paisaje exuberante aunque no selvático. Bosque espinoso, de matorrales, tiene una tierra fértil donde crecen pastos altos de mas de metro y medio y calabazas y sandias, me imagino que salvajes, al lado de la carretera, es una región ideal para la ganadería. Me dijeron que antes de la guerra estaba bastante poblada de fauna silvestre; elefantes, leones, jirafas, todos compañeros de “Elsa”. Pero, con el ruido de los bombardeos, decidieron emigrar a Kenya, donde viven, junto con “Elsa” en los parques nacionales que abundan en ese país. Un millón trescientos mil animales se estima; ¡la mayor migración animal del planeta en tiempos modernos! Bueno, ahora están regresando y con ellos la esperanza porque algún día esta región sea un paraíso turístico, tal como Kenya, ya que es de una belleza inmensa, pero poblado de gente miserable.
De esas planicies anegadas en este momento salen tres productos: carbón de espino, pescado seco y petróleo. Todo va para afuera; el carbón de espino a Khartoum, donde se vende a US $15 el saco de un quintal; el petróleo a China y el pescado seco, no se donde irá, porque lo que es por aquí nunca vi a nadie que lo comiera, que lo vendiera en los mercados o que lo ofreciera en restaurantes. Pero eso si, a cada rato, a lo largo del camino se veían tendederos con pesado secándose, impregnando el aire con ese “aroma” tan especial de pescado, secándose...
Y sí, esta la gente. Es que la belleza del paisaje es tanta que uno tiende a olvidarse de la gente, pero ahí están. Básicamente tres tipos de gentes pueblan esta región: los que viven ahí, los que pasan por ahí y los que están ahí y no saben por qué. ¡Ah!, casi lo olvido, y los chinos del petróleo, aunque a esos casi no se los ve. Es que hay dos tipos de pobladores “autóctonos” los más o menos agricultores y los pastores nómadas, los baggara o, como le dicen los “árabes” que circulan por toda la región, con su ganado comiéndose las cosechas y originando conflictos desde tiempos remotos y que aún no se resuelven. Esos son los de pasada. Y los que están ahí sin saber por qué, son los soldaditos de ambos ejércitos, el del norte y el del sur, enviados a los numerosos puestos de control y que conviven gracias a un mecanismo de implementación conjunta de los acuerdos de paz. En la práctica eso se traduce en casuchas de paja, en medio de la nada, cada 20 o 30 minutos en la carretera, con 4 soldados: dos del SPLA y dos del ejército nacional. En algunos son dos casuchas, a 10 metros la una de la otra, lo que significa dos puestos de control, dos lomos de toro y dos “peajes”. En otros casos, cuando se llevan mejor, una casucha, un lomo de toro y un “peaje”. Si, porque nos enteramos que el viaje entre Kadugli y Abyei cuesta, más o menos, unas 100 Libras sudanesas (US$50) en “peajes”. Ese es el plan de sustentabilidad de los soldaditos. Y no los culpo... No tiene nada, pero lo que es nada que hacer. Ni siquiera hay población cerca en muchos de los casos.
De todas maneras, al “pueblo” más cercano es difícil llamarlo así. La carretera esta colmada de conjuntos de casuchitas de paja (10 a 20), en donde ofrecen de todo, comida, reparación de llantas, corte de pelo e Internet, pero que difícilmente podría ser calificado como un poblado. Los poblados son las agrupaciones de Tukuls (nombre local para esas chozas) como las que vi desde el avión y que se ven aquí a lo lejos, en el horizonte. Pero por ahí no pasa la carretera, menos mal.
Nos paramos a tomar el “desayuno” que aquí es la comida del mediodía. Creo que es la herencia del Ramadan, donde se “desayuna” (o como se dice, se come el Iftar) al caer el sol. Bueno, el desayuno fue en una de esas “casuchas” que por fuera no te decían nada, pero que al entrar, aromas inimaginablemente exquisitos nos animaron: té con alguna especie perfumada; café con cardamomo y “bajur”, que es un incienso local hecho de una resina que, según me dijeron, traen de Indonesia. La cabaña, de techo bajito, es increíblemente fresca. Nos sentamos en una banquitas y ahí, nuevamente, nos traen la “bandeja”, solo que esta vez, fuera de la carne, la ensalada es medio tomate cortado en 4 porciones y una cebollita pequeña en rebanadas. Pero eso sí, harto “hobs”, el pan árabe que aquí llaman solo pan.
Salimos de la chocita, comidos, perfumados y refrescados. Increíble. Y me pongo a pensar que en realidad ese tipo de construcción es tanto más apropiado para esa región que las casas de prefabricados que les llevamos, con los aires acondicionados… Claro que eso es casi blasfemia, sino, ¿de qué hacemos vivir a Carrier?
Afuera nos espera un pequeño mercado, donde me entero que sí hablo árabe. Resulta que mi guía local me invita a comer una “juabas” y una “papai”, que son, ni más ni menos, que guayabas y papayas! Un poco mas allá, veo un “asado a la piedra” o sea un fogón, con piedras calientes y carne encima! Decididamente los árabes dejaron en España algo más que solo almohadas y alcuzas!
Y así, entre perfumes de “bajur”, tes aromáticos, el volar de flamingos, halcones y marabúes, entre pastos infinitos, pensando en quienes son los que necesitan desarrollo, si ellos o nosotros, seguimos por nuestra recta polvorienta durante dos horas más para, llegar finalmente, a Abyei.
Abyei, Sudán
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