26 de noviembre de 2007

Las dos El Fasher

Salimos de Khartoum en un avión de 20 pasajeros con destino a Darfur, región al oeste de Sudán, en el borde o más bien, en medio del desierto, y que se ha transformado en uno de los centros de atención mundial por el conflicto armado y el drama humano que se desarrolla en ese lugar. Es de imaginar entonces que sentía una cierta aprehensión ya que, aún están en mi memoria dolorosos episodios vividos en Ruanda durante la guerra. Volamos durante dos horas sobre un desierto enorme y vacío, salpicado de cerros aislados y no muy altos, hasta que, a juzgar por los grandes rectángulos de campos agrícolas, ahora abandonados a causa de la sequía y tapados por la arena, presentí que estábamos llegando a El Fasher. Fuera de arena y desierto no pude ver nada más; nada que me indicara lo que podría haber ahí abajo, ni de qué tamaño podría ser esa ciudad. Nos quedamos siete personas y el resto siguió a Geneina, otro pueblo más perdido aún en las arenas del Sahara. Sultán el Fasher, la ciudad, deriva su nombre de la palabra “fasher” que significa lugar de reunión, concilio o parlamento. Esta ciudad, de hecho, no estaba en el “fin del mundo”, sino muy en el centro de ese sultanato. Un lugar donde sesionaba el consejo, o asamblea -o como se llamara- el organismo que ayudaba al Sultán a gobernar. La 4x4 que llegó retrasada, tomó la carretera rumbo a la ciudad. Todo era arena y desierto hasta que comenzamos a ver las primeras casas, todas blancas de adobe revestido con estuco y galerías sombreadas, que las separaban de la arena de la calle, construcción típica de las ciudades del desierto. Podía haber sido un pueblito en el sur de Marruecos, en Argelia o en el norte de Malí. No cabía duda, estábamos en el Sahara. Por las calles comencé a ver por primera vez gente montando camellos y los típicos carritos tirados por asnos pequeños que uno se pregunta, de dónde sacan fuerza para tirar ese carro. Todos los hombres con su “jellaba” blanca, las mujeres arropadas con telas multicolores y los escolares con sus uniformes azules veteados como los uniformes de camuflaje que usan los soldados en la selva. Cruzamos el pueblo, un pueblo dormido bajo el sol, y nos adentramos en lo que ahora es un barrio de El Fasher, llamado el barrio de las ONG, un mundo totalmente diferente, hasta que llegamos a nuestro “compound”. Si, porque ya estábamos en una región de Sudan donde se acabaron los hoteles y hasta los prefabricados de los agencias internacionales; ahora se llega a los “guest houses” (casa de huéspedes) de los “compounds” de las diferentes ONG. Nosotros llegamos al nuestro, un “compound” como todos los demás: un recinto cerrado rodeado de altos muros coronados con alambre de púas, de los que sobresalen, típicamente, la antena de radio y el plato del VSat. En general en esos lugares, oficinas y viviendas, se encuentran en el mismo recinto como en Juba. La diferencia es que, entrando en el recinto, nos encontramos nuevamente en USA. Todo gringo: la cocina, la heladera, los productos de comer, la tele, las sillas, el aire acondicionado, todo. Luego me enteré que eso es un requisito… me imagino, para atraer a los gringuitos a vivir su experiencia de “exotismo” en lugares como Darfur. Ahí fue que me inicié en la ciencia de vivir en dos lugares a la vez. El Fasher, es una ciudad de desierto, pequeña, provincial llena de encanto… y de arena, que duerme de día y despierta al atardecer o muy temprano en la madrugada. Es la típica localidad cruce de caminos y de caravanas, llena de pequeños comerciantes que venden contrabando en sus puestos callejeros: relojes, radios, anteojos, zapatos, ollas, sartenes y otros artefactos de cocina made in China. Además, tiene un mercado hecho de carpas pegadas unas de las otras formando un inmenso techo, un poco más alto que un sudanés que son bastante altos, y donde se acumulan cerros de las más variadas y olorosas especias. Esa región es una gran productora de goma arábiga, karkadet (hibiscos o flor de Jamaica, blanca y roja), además de azafrán, incienso y otros productos multicolores de nombres impronunciables. Me sentí transportado a las mil y una noches. Al lado del mercado de las especies, esta el de las verduras y luego el de las carnes, y luego el de los cueros, para terminar en el del ganado, una inmensa planicie llena de camellos, cabras, ovejas y una que otra vaca. Si, porque el mercado de El Fasher, como el de cualquier ciudad cruce de caravanas, es inmenso. Ahí me enteré que El Fasher es un lugar de cruce de caravanas. Hasta ahí llegan y de ahí parten grandes cientos de camellos que llevan goma arábiga a Malí, República Centro Africana y hasta Níger, para ser exportados desde ahí a los centros industriales en Europa y USA. También salen caravanas que van a Libia, país cuya frontera queda a solo 60 km. al norte y por donde salen todos los productos que serán exportados por vía marítima a Europa. Es fascinante ver como, finalmente, el desierto no es una barrera sino un inmenso océano de arena por donde navegan estas caravanas sin fronteras y sin dificultad. El Fasher es una ciudad de comerciantes ricos. La riqueza se mide en camellos, así como la dote que se debe dar para conseguir una esposa. Porque aquí la esposa no se compra, como en Abyei, sino que, como en los países “civilizados” como los nuestros, se intercambia por una dote. Un comerciante puede tener desde cientos hasta miles de camellos, los cuales, en promedio, valen U$S 2,000 cada uno. Y si, como en toda ciudad de comerciantes, ahí corre dinero, mucho dinero. No se ve en términos de ostentación material, aunque me enteré que muchas de las telas multicolores que usan las mujeres para sus ropajes son importadas desde Arabia Saudita o de Suiza, y que los hombres, con sus jellabas, cargan rolex de oro y carísimos lentes de sol. Ese es El Fasher, la ciudad al borde del Sahara. Pero esta el otro El Fasher, la ciudad de las ONG, que están ahí para dar asistencia a esta pobre gente victima del terrible conflicto armado que las afecta. Ahí me dijeron que hay un toque de queda y que no se puede salir a la calle después de las 10 PM (ahora lo cambiaron para las 9), que hay que tener cuidado con los vehículos y que, sí lo paran para quitarle el vehiculo, hay que entregar las llaves y no oponer resistencia, y que al día siguiente tendría que asistir a un “security briefing” en las oficinas de NNUU. Que tampoco se puede tomar fotos, porque es peligroso, y que solo se puede ir a comer a lugares “seguros” etc. etc. etc. etc. Sin embargo, no todo es terrorífico en el mundo de las ONG. También hay las fiestas que son anunciadas en la “reunión de los cigarrillos”, después del briefing de seguridad. Como ahí están todas las ONG, luego de la reunión oficial, salen al patio y se quedan media hora fumando, (muchas ONG son europeas y los gringuitos que mandan aquí, me imagino, fuman para ‘no ser menos que los demás’) y, conversan sobre los informes que tienen que enviarse los unos a los otros y a donde va a ser la fiesta del próximo fin de semana. Además de eso los martes, en el “American house”, es la noche de cine de los americanos, los jueves, en GOAL -la ONG irlandesa creada por un millonario fanático de fútbol y por eso le llamó “Goal”-, también hay noche de cine. Los demás días hay invitaciones a comer. Chévere, en dos días en El Fasher tuve más vida social que en un mes en Khartoum. La comida, eso sí, puede ser un problema. En El Fasher solo hay dos restaurantes, por lo menos restaurantes donde “se puede comer”. Uno es Marsland y el otro se llama la Rotonda o algo así. Son los únicos restaurantes donde sirven pizza, espaguetis, hamburguesas y cerveza sin alcohol. Todos los demás tienen solo comida local. Es un pueblo tan “dejado de la mano de Dios, que ni siquiera tienen restaurante Chino”. La intersección entre las dos ciudades “El Fasher” la comencé a entender, primero, cuando fui al “security briefing” de NNUU y luego, cuando me atreví a salir solo a la calle, a recorrer la ciudad, en carro, pero solo con gente local de la oficina. Los gringuitos no me quisieron acompañar. En la reunión de seguridad se habló básicamente del incidente de la semana. Un camión que fue robado un día y apareció al día siguiente sin la carga, que era básicamente comida. El otro incidente de seguridad es que se robaron un taxi y apareció, también al día siguiente, a pesar de que aún no se sabe donde esta el chofer. En mi caminata fuimos al mercado a ver artesanías. Iba con la cámara fotográfica en la mano, mientras los niños me decían “photo mister”, no para pedirme plata, sino para que les tomara una foto, nada más. La gente sonreía cada vez que tomaba una, pero claro, recomendándome que no tomara fotos al cruzar frente a un cuartel militar… Sin embargo, como no me atreví a tomar todas las fotos que quería, al día siguiente le pedí a un colaborador de la oficina que me hiciera algunas fotos de la ciudad. Regresó con la cámara llena de fotos de lo que el quiso mostrar: imágenes del mercado, pero también de los restaurantes donde no van los internacionales, de carros, taxis, los relojes de contrabando y los lentes de sol... Finalmente, regresando a nuestro barrio de las ONG, pasamos por un sector lleno de casas en construcción. Enormes casas, las que, a juzgar por sus portones y murallas estaban siendo construidas para nuevas ONG. Y así era. En poco tiempo llega una nueva fuerza “de paz”, la UNMID, United Nation’s Mission in Darfur que alojará un gran contingente para el cual se están construyendo casas que serán arrendadas por un mínimo de U$S 5,000 cada una. De hecho, por estos días, no se puede conseguir nada por menos de ese precio en el barrio de las ONG. Que bien, me dije para mis adentros, de la misma manera que en Kosovo, en Macedonia y en cuantos otros lugares más, estamos contribuyendo a la creación de una nueva clase media en El Fasher. Así fue como logré sobrevivir eso tres días en el corazón del conflicto de Darfur. Cierto es que El Fasher hoy en día esta mucho más en calma que Nyala, mi próximo punto en este viaje. Pero aun así, es considerado un lugar “peligroso”. Y si no me indigesté con la pizza, no me asaltaron con los precios de las artesanías en el mercado y no me enfermé escuchando, en las interminables charlas en las cenas con los gringuitos, sobre lo terrible que es estar aquí y cuanto echamos de menos nuestros lugares favoritos en California, Londres o Copenhage, es que tuve suerte y logré salir ileso de mi experiencia en El Fasher...
El Fasher, noviembre 19 de 2007

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