26 de noviembre de 2007
El juego del conflicto armado de Nyala
Pensé que Nyala también era una ciudad al borde del desierto, pero me equivoqué. ¡Incluso tiene dos ríos que la rodean! Bueno, eso fue lo que observé desde el aire. En realidad, al aproximarnos para aterrizar, me pude dar cuenta que los dos ríos son grandes cauces, ¡pero secos! Aunque luego me enteré que en la estación de lluvias rebalsan de agua a tal punto que no se pueden cruzar. Si, porque no hay puentes en Nyala. Hay que esperar que baje el agua para cruzar, de la misma manera que ahora que están secos, hay que cavar en los lechos para ir a buscarla.
Para llegar a Nyala volamos desde Khartoum durante 3 horas con una parada intermedia en lo que se considera, la tercera ciudad más grande de Sudan: El Obeid. Digo así porque, viendo la ciudad desde el aire, me vuelvo a preguntar: “Si esta es la tercera ciudad más grande, ¿donde esta la gente?” El Obeid es más bien un pueblo grande que una verdadera ciudad. Con sus calles de tierra, su avenida principal asfaltada, su trazado perfectamente cuadriculado. Me estoy empezando a hacer una idea y es que, en algún momento, en alguna parte, debe haber habido un plan para desarrollar todas esta ciudades.
Desde Obeid, volamos durante dos horas más por una inmensa planicie salpicada de vegetación de matorrales y, de entre los cuales, surge de tanto en tanto un Baobab, ese enorme árbol semejante al Ombu argentino, y que forman islas en medio de esta planicie interminable. Esa estepa vegetal vista desde arriba, es recorrida por “cauces verdes”, probablemente, huellas de ríos subterráneos ya que, en la estación de lluvias, toda esta inmensa planicie se inunda creando ríos caudalosos, como si la tierra se transformara en un potencial e inmenso granero. Viendo eso uno se pregunta, “¿como es posible que haya en este país conflictos alrededor de territorios, si es tan enorme y tan vacío”?
Otra cosa impresionante es que, desde el aire, se ven pueblitos de un centenar de casas dispuestas de manera concéntrica, pero no se ven caminos que lleguen o que salgan de estos. Luego me entere que es así, no hay caminos y en esta planicie cada vehículo elige su propia huella. No así los camellos y mulas que siempre caminan por la misma senda.
Finalmente llegamos al aeropuerto internacional de Nyala. Bueno, hasta ahora no ha habido ningún aeropuerto al que haya llegado, en este país, que no haya sido internacional. Tal vez el de Kurmuk, el del árbol, básicamente porque no tenia ningún cartel. ¿Será que les llaman aeropuertos internacionales por la cantidad de gringuitos que llegan a estos?
Una vez más, el aeropuerto es un edificio de los años 50, bien construido pero con poco mantenimiento y lleno de helicópteros de las NNUU en la pista. Una vez más me espera una 4x4 de la oficina y, una vez más, el aeropuerto queda a kilómetros de distancia de la ciudad.
Esta es una ciudad que dicen, tiene unos 2 millones de habitantes. No tiene un solo edificio de más de dos pisos, y por eso se ve inmensa en extensión. Difícil saber, porque en Sudán no se hace un censo desde hace mucho tiempo. ¿Como contar a toda la gente si para llegar de un lugar a otros de este país cuesta tanto? Así que todo es aproximado. Se habla de un censo el próximo año, antes del referéndum que decidirá la eventual independencia del nuevo país, Sudán del sur o como se lo vaya a llamar. Pero muchos se oponen porque, aún la gente que se supone que es del sur y por lo tanto debería ser contada en el sur, no ha logrado desplazarse hasta allá, por lo que serían contados como habitantes del norte. Y si, después de todo esto es Sudán…
Lo que si se ve enseguida es que esta es una ciudad vibrante, una verdadera ciudad. Claro, en torno a ella hay una serie de campos de refugiados o, como se los llama aquí de “personas desplazadas internamente”, IDP (internally displaced people). Es una ciudad bien trazada, con avenidas anchas, pavimentadas, con sus casas ordenadas, con aceras marcadas, y con su mercado, su universidad, sus cuarteles y… su barrio de ONG. Aquí también hay un boom de la construcción porque también va a llegar un contingente de UNMID, la nueva fuerza de NNUU. Y en sus calles se ve un constante tráfico, carros pequeños, todos coreanos, en su mayoría taxis, camiones más o menos destartalados, y los tradicionales carritos tirados por asnos, pero esta vez, cargando heladeras, lavadoras y hasta un plato enorme de TV satelital… Eso si, no vi, en todo ese tiempo, un solo convoy militar. Unas cuantas camionetas cargando policías, pero nada más.
Y esta el mercado a donde me llevaron a comer “asado”. Y los asados son como los nuestros: toldos con parrillas hechas de alambre donde ponen, sobre fuego de carbón, unos cabritos enteros sazonados con ajo y que huelen como los dioses... y saben mejor aún. Claro que el asado en vez de comerse con vino tinto, se come con té o con “bebsi”. Y bueno, cada uno su gusto, ¿no? Eso sí, que no te sirven los pedazos de carne asada sino que pican todo chiquitito y lo sirven en bandejas con ensalada de tomates, pepinos y cebolla que es deliciosa y te hace agua la boca... ¡Dios mío que stress!
Y sí, porque Nyala, supuestamente, es el centro de la tensión y la violencia del conflicto armado que abruma a Darfur. Y ya que estamos en esto, debo explicar este famoso conflicto, hasta donde he podido entender y presenciar.
Todo el lío comenzó cuando, como consecuencia de la guerra entre el norte y el sur, los darfurianos se dieron cuenta que la única manera que el gobierno central les parara bola era haciéndose los bravos con armas en la mano. En efecto. Como dice la gente aquí, para hacerse escuchar la única manera es con un rifle debajo del brazo. Como los del sur eso fue lo que hicieron, básicamente, para ver si el gobierno central, que se queda con todas las riquezas del país, les convidaba a un pedazo de la torta. Como el gobierno central estaba ocupado en otra cosa, la guerra en el sur, entonces, no encontró otra cosa mejor que darle armas a un grupo de nómadas del norte (supuestamente árabes, aunque no olvidemos que aquí hasta los árabes son negros), para que sembraran el pánico y dejaran el despelote como una manera de controlar esa supuesta rebelión. Pero a estos los árabes (que aquí llaman Janjaweed), que de ordenados y disciplinados no tiene nada, no se les ocurrió mejor cosa que aprovechar la bonanza para hacerse de unos pesos, (unos mangos dirían en Argentina), y en vez de hacer terrorismo político, se pusieron a asaltar las poblaciones que encontraban. Y así, en vista de que la cosa se les fue de la mano, el gobierno decidió que sus aliados eran ahora bandidos y los empezó a combatir, con lo cual el despelote se transformo en caos. Y como en todo caos que se respete, se impone la norma de “a río revuelto, ganancia de pescador”. Esa en resumen es la situación. Nada que no hayamos visto antes, ¿verdad? .
Entonces llegó la comunidad internacional. Porque en vista que esto se trasformó en caos, que en lenguaje internacional se dice “crisis emergente” había que intervenir para ayudar. Así fue como inventaron los campos de refugiados, donde la gente se transformó en “desplazados internos”. Y a estos había que darles comida, y se trajo el programa mundial de alimentos; y proporcionarles condiciones “humanas” de vida, y se trajeron a los gringuitos para enseñarles a comer una dieta balanceada; y a vivir con higiene y a vacunarlos contra enfermedades cuyos nombres, los lugareños aun no conocen. Todo bien.
Pero el problema es que, rápidamente, la gente, que será pobre pero no tonta, vio el negocio en toda esta situación. Porque si algo tienen los sudaneses es alma de comerciantes, sobretodo en esa región: mercaderes y ganaderos, llevando y trayendo caravanas y ganado por siglos de los siglos, amen.
Lo primero que descubrieron es que las ONG traen carros súper buenos, 4x4 las cuales, luego de un par de “robos” que aquí les llaman “car jacking” o secuestros de carros, les dieron instrucciones a los chóferes de entregar los vehículos sin oponer resistencia. Después de todo, siempre pueden traer más. Entonces el negocio es que, te coges uno de esos carros y te lo llevas a Tchad, que queda aquí nomás y por el te pagan U$S 5,000. Negocio redondo en el que no pierde nadie. Después de todo, la comunidad internacional tiene tanta plata que no les hace mella. Y tienen toda la razón.
Luego, en los campamentos que son básicamente grandes poblaciones, con sus casitas prefabricadas, bien ordenaditas, construidas por la comunidad internacional y que no tiene ningún tipo de cerramiento, la gente recibe sus raciones del Programa Mundial de la Salud. Ellos, los refugiados, pacientemente juntan sus raciones, generosamente calculadas para que tenga una buena nutrición, siguiendo parámetros internacionales, decididos seguramente sobre la base de la alimentación de un ciudadano del norte. Cuando tienen unos saquitos juntaditos, salen al mercado local y los venden, para comprarse una tele un poco superior, o bien, en el mejor de los casos, se toman el micro y se regresan a su poblado en donde, con esa comida, pueden aguantar el tiempo necesario para sembrar y esperar a la próxima cosecha. Otra vez, también tienen toda la razón.
Es un juego que les conviene a todos, porque la comunidad internacional TIENE que gastarse la plata, y es mucha, y ellos tienen que volver a vivir en la normalidad de sus comunidades, pero sin dejar de lado el maná que les cae del cielo literalmente. Si Moisés lo hubiese sabido, en vez de errar sin rumbo por el desierto hubiera llamado a las ONG! y así, todo el mundo esta contento: las familias tienen a su gente en el pueblo y algunos en el campo de refugiados, para conseguir las raciones “que vienen del cielo”. También tienen a los hijos mayorcitos estudiando en la universidad de Nyala, bien dotada de colegios e institutos de educación superior. Y los gringuitos tienen donde ir a hacer sus primeros pinitos y comenzar sus carreras en el mundo del desarrollo. Finalmente, está la prensa internacional que tendrá, entonces, cómo vender su producción. Todos tiene razón y todos deberían estar contentos.
También yo. Después de todo y gracias a todo esto, he podido tener el privilegio de conocer este país.
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