12 de febrero de 2009

En Meknes: "Cada niño al que enseñamos, es un hombre al que ganamos"

Cuando salimos para Meknes, una de las capitales imperiales de Marruecos, nos dijeron que finalmente íbamos a conocer la verdadera esencia del país… La región donde esta el corazón de Marruecos. Pero no nos dieron ninguna otra explicación. Luego de viajar un par de horas por una estupenda autopista y una región que es el corazón agrícola del país, con enormes campos de trigo que ahora están condenados a morir gracias al tratado de libre comercio con la Unión Europea, de donde el trigo les llegará a precios muchos más baratos. Bueno, esta ciudad, desde el siglo XII, ha sido cuidadosamente preparada para ser una ciudad magnificente. Todo en la Medina de Meknes es monumental; palacios, mezquitas, jardines, incluyendo sus murallas y sus puertas, como Bab Manzur (puerta magnifica, o principal), que mide más de 10 metros de alto y considerada la más bella e imponente de este país, que podría también llamarse “el país de las puertas”, por la enorme cantidad y variedad de puertas imponentes que se encuentran en todas partes. Meknes, una de las antiguas capitales y la primera del reino de Marruecos como tal, es también la ciudad de las 100 mezquitas. Y es posible que haya muchas más. Desde la terraza del hotel donde nos alojamos, un hotel tradicional y antiquísimo pero muy bien conservado, se podían ver las siluetas de cientos de minaretes que se perdían en el horizonte de este paisaje urbano. Porque Meknes es una ciudad inmensa… Y riquísima, dicen. Pero quizás lo mas importante, es que también es la puerta para acceder a la región Berebere o Amagzir como les dicen ahora a este pueblo que vive en las montañas del Atlas del medio o “moyen atlas” en francés, que es donde iríamos a visitar escuelas. Una de las cosas que mas llama la atención en este país del “tercer mundo” es el orden en el transito (a pesar que ellos se quejen, como en todos lados), y la limpieza de las calles en las ciudades. Meknes no es una excepción. Y sin embargo ahí están los carros viejos y desvencijados y los burritos caminando por las calles, y la gente, pobres como las nuestras, cargando con sus destinos, como en cualquiera de nuestros países. Y claro, también están las grandes mansiones y la gente de mucho dinero y los centros comerciales y el lujo y la ostentación, como en nuestros países. Pero, además de eso están los cafés, esa síntesis entre la cultura árabe y la francesa, donde el café, además de tomarlo en casa se lo toma en todos lados, en terrazas, de día y de noche; ya que la vitalidad del día se extiende hasta altas horas de la noche debido al calor. Decididamente no es Sudan, ¿entonces que es? ¿Un país árabe, o esta occidentalizado? ¿Un país pobre o desarrollado? Solo tenía preguntas más que respuestas en ese momento. Y no fueron las informaciones que nos dieron en las reuniones oficiales sobre el estado de la educación en la región de Meknes-Tafilet (así se llama esta región), por parte de funcionarios del ministerio, lo que nos ayudó a entender mejor la situación. Todo se veía muy bonito, nos lo pintaban muy bonito…para ser verdad. Habría que ir al terreno a ver que encontrábamos realmente. Así que, luego de dos días viviendo en ese hermoso hotel, con música y bar abierto de noche, nos fuimos a las montañas del “Moyen Atlas” o Atlas del medio. Curiosamente, a medida que recorríamos los 100 kilómetros que nos llevarían a Azrou, la primera región donde visitaríamos escuelas, sentía que íbamos rápidamente retrocediendo en el tiempo a un ritmo de más o menos diez años por kilómetro recorrido. De eso me di cuenta en el momento que tuvimos que detenernos en la estrecha ruta, para dejar pasar a un viejito cruzando con su rebaño de ovejas. ¡Ni siquiera nos miro! Luego, ya a unos 1,500 metros de altura subiendo por las montañas del Atlas, el paisaje se volvió lunar… seco, con pasto cortito y de un relieve de colinas que se perseguían unas a otras hasta el horizonte. Realmente espectacular. Pero nada ni nadie más. Solo de tanto en tanto unas casitas de barro donde se asomaban niños y ovejas y algún anciano caminando con bastón en mano. No parecía haber adultos por ahí. Tal vez mujeres eran los bultos que se adivinaban al interior de estas, pero hombres no. Luego me dijeron que los hombres se han ido a la ciudad a trabajar o a emigrar hacia el norte, a Europa. Azrou, curiosamente, es una ciudad grandecita, de unos 50 mil habitantes, situada en medio de la nada. Es que Marruecos, a pesar de su tamaño tiene 30 millones de habitantes y una gran parte de su población se concentra en la mitad norte ya que el sur casi no tiene población. El que ahora es el sur, era el trecho que correspondía al Sahara Occidental, ex colonia Española, que fuera ocupado al momento de irse estos, en los años 70, luego de una breve pero cruenta guerra contra el movimiento POLISARIO, un movimiento pro islámico apoyado por Argelia. Desde ese entonces, o sea desde 1985, la frontera con Argelia permanece cerrada. Si, las relaciones con los argelinos son un poco tensas. Es que son dos regimenes muy distintos compartiendo una frontera común, a todo lo largo del país, y desértica a la vez. Esta ciudad tiene el aspecto de ser algo inventado: un lugar de casas de 4 pisos, hechas todas iguales, que dan la impresión que fueron construidas para hacer que la gente, dispersa en la región, se concentrara ahí. Nadie me confirmo esta impresión, pero una de las características de Marruecos es que nadie habla mal de su país delante de extranjeros. Todo aquí tiene que ser bello y perfecto. Seguimos el camino, esta vez, por un valle enmarcado por grandes bosques de pino, y 20 kilómetros después llegamos a Sidi Addi, otro pueblito en medio de la nada donde nos esperaba nuestra primera escuela… Como habíamos ido sin anuncio previo, tuvimos la suerte de ver el lugar tal cual es “al natural”, o sea, sin la banda de música que siempre te espera ni los estudiantes luciendo sus galas. Más bien pillamos a todo el mundo desprevenido, que es la manera en que me gusta hacer estas visitas. La “escuela” resultó ser un liceo de educación media, o sea desde el fin de la primaria hasta cuarto año de secundaria (o algo así), que agrupaba a muchachos y muchachas de la región; es decir, que tenían que venir al pueblo y encontrar donde quedarse para poder asistir a la escuela. Al llegar al lugar quede asombrado de ver una construcción tan linda y tan bien mantenida. Nada parecido se podría encontrar en una zona tan rural en nuestros países. El lugar era conservado con amor…Caminamos por el patio solitario ya que estaban en clases y llegamos a las oficinas de la dirección. Curiosamente lo que me asombro es que mientras caminábamos por ese pasillo sobre el cual daban las ventanas de salas de clase, contrariamente a lo que podría suceder en cualquier otro país del tercer mundo, ningún niño, nadie se dio vuelta para mirarnos pasar. Era como si no nos vieran o nos escucharan caminar en el silencio que reinaba en todo ese lugar. Al asomarnos a la oficina de la dirección, solamente una persona, el director nos recibió. Sin mucha sorpresa escucho las explicaciones de nuestro acompañante del ministerio regional y luego nos ofreció asiento. Silencio. Silencio primero, y luego, como acordándose que lo tenia que hacer, nos dio un breve discurso de bienvenida. Y luego, más silencio, posiblemente preguntándose que diablos veníamos a hacer ahí. En general, y en situaciones similares, vividas en muchos países, la reacción es la misma: te dan una calurosa bienvenida, te ofrecen cafecito (salvo en los Balcanes donde te ofrecen café con rakia, el aguardiente de ahí, aunque sean las 10 de la mañana), y luego te presentan el pliego de peticiones, que siempre tienen a mano: “Que nos falta esto o aquello, que quisiéramos tener esta otra cosa, que si nos podría ayudar a resolver tal o cual problema”. Y sin embargo aquí no fue así. El director solo nos pregunto si queríamos hablar con algunas otras personas y se quedo esperando a ver que queríamos de el. Me sentí raro, como si el director en realidad no nos estuviera viendo, como si no estuviésemos ahí… Solo nos mostró con orgullo el lema que estaba escrito en la pared al exterior de su oficina que decía: “Cada niño al que enseñamos es un hombre que ganamos.” Salimos de esa reunión, breve por cierto, y comenzamos a visitar el colegio: que el laboratorio de química, vacío, que la sala de física, nueva pero también vacía, que el laboratorio de informática donado por un programa especial del gobierno, con computadoras nuevas, pero sin nadie trabajando en ellas. Y durante todo ese recorrido nadie se asomo ni siquiera a averiguar quienes eran esos visitantes, evidentemente extranjeros. Era como si no estuviésemos ahí. Saliendo del colegio, sin grandes despedidas, como es lo que se acostumbra, me voy diciendo que tal vez sea así la personalidad de este pueblo, que después de todo es un pueblo de montaña, de vida dura. En la región, en los meses de invierno cae nieve, cerrando los caminos y aislando a esas poblaciones. Por eso los niños tienen que vivir cerca de la escuela o no podrán llegar a esta durante el invierno. Seguimos al próximo pueblito a conocer esta vez una escuela primaria. El pueblito, aun mas pequeño que el anterior, también con casa recién construidas, casi sin gente en las calles y una escuelita muy bien construida, con sus murallas exteriores preciosamente decoradas con pinturas y un jardín interior en el cual habían hecho una especie de jardín botánico representando las especies de flora y fauna locales. La flora, con plantas de verdad y la fauna con fotos o esculturas representando a leones, osos y otros animales que, según me dijeran, fueron el orgullo de la región pero que ya se habían extinguido…o casi. Aquí tampoco “nos vieron”, no existimos. Nadie nos recibió. Nadie salio de su sala de clases para ver que queríamos. Solo el portero, luego de buscarlo por un largo rato nos dijo que el director no estaba ahí y se fue, diciéndonos que fuéramos a visitar la biblioteca (¿?). Y fuimos: Ahí estaba el bibliotecario, que no se molesto en levantarse a ver que queríamos, y un estudiante que ni siquiera levanto la vista para vernos (aunque lo pille mas tarde mirándonos de reojo). Y sin embargo el lugar nos habló por si mismo, dándonos las razones por las cuales el portero nos había dicho de ir ahí. No solamente el lugar estaba nítido, ordenado, organizado, como pocas veces he visto una biblioteca escolar, sino que también estaba lleno de objetos hechos de…botellas plásticas recicladas. ¡Qué flores de plástico, ceniceros, lámparas de mesa y pequeñas esculturas, todas ellas hechas con el material de las botellas de gaseosas y de agua!, al decir del bibliotecario al ser interrogado. El fue el que salió con la idea de demostrar que con esos envases vacíos, más que tirarlos a la basura, se podían hacer bellos objetos, según nos dijo. Luego volvió a sus quehaceres. Sin embargo en el breve momento de esa explicación, pudimos ver el brillo en sus ojos, el entusiasmo por lo que había logrado hacer…Pero luego de ese breve momento de comunicación, volvimos a dejar de existir… Las visitas a otras escuelitas en la región fue lo mismo. Simplemente no existíamos. Era como si toda la región estuviera en otra dimensión. De regreso pasamos por Ifrane, una ciudad universitaria, también desierta, también fantasma, también limpia y ordenada, pero sin nadie en las calles. Era como la marca de identidad de la región. Luego nos enteramos que en efecto la región del los Amagzir o bereberes ha sido una región muy reprimida por los diferentes regimenes durante siglos, tratando de someter a ese bravo y orgulloso pueblo. Pero también pudimos entender el otro drama que se desarrolla en silencio dentro del sistema de educación: básicamente lo único que hace el ministerio ahí es construir escuelas y pagar sueldos de maestros. Nada más. El resto, que se las arreglen ellos. Con eso, el ministerio central cumple con la necesidad de mejorar las estadísticas sobre la educación, ya que el país ha sido duramente criticado, internacionalmente, por su poca dedicación a mejorar la educación en el país. Ahora con esos esfuerzos puede decir “orgullosamente” que le dedica 25% del presupuesto nacional a la educación. Y sin embargo, nada ha cambiado. Solo que la miseria se ha vestido con traje nuevo. Entonces ¿Por qué la gente de la región podría esperar algo de visitantes que vienen del exterior?

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